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Estándar doble e histérico

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Tiene razón la Presidenta. Tras su viaje por Europa, envió un tuit en el que denunciaba el doble estándar que –según ella– tenía Clarín respecto de los referéndum en Malvinas y Crimea. El kirchnerismo siempre fue implacable con la prensa crítica (si lo sabrá PERFIL), más todavía desde la crisis por la 125 y la ruptura de las estrechas relaciones que mantenía hasta entonces con el principal grupo mediático del país.

Acaso se podría hacer un libro con ejemplos sobre la disparidad de criterios con los que gran parte del periodismo argentino “independiente”, tan partidizado en los últimos años, trata los temas según a quién afecten. Como muestra, un puñado de casos recientes:
Si la Corte Suprema falla a favor del Gobierno (como en la Ley de Medios), fue presionada o aceptó arreglos espurios. Si falla en contra, es independiente.
Si se sospecha que un dirigente kirchnerista se enriqueció, es un escándalo. Si ocurrió con un opositor, es una maniobra K.
Se condena al jurista filooficialista que propone reformar el Código Penal ( Zaffaroni), pero se exculpa a los de otros partidos que participaron del proyecto (como al radical  Gil Lavedra o a Pinedo, del PRO).
Se critican los viajes de descanso de Cristina, mientras se invisibilizan los de Macri.
Si surge un exabrupto en el oficialismo, papelón (Aníbal Fernández, Kunkel). Si es opositor, anécdota (Massa, Sanz).
Por la millonaria y discriminatoria pauta publicitaria K, denuncias públicas. Por la de otros distritos no oficialistas, apenas quejas privadas.
Si una cueva financiera está ligada a funcionarios de la Casa Rosada, tema de tapa (como la porteña Propyme y Zannini). Si se la liga a un importante dirigente radical cordobés (CBI Cordubensis y Mestre), casi nadie se entera.

Pero hay más. Para que la Presidenta tenga nuevos elementos para futuros tuits, también se ha recargado el estándar histérico. Dícese de aquella evaluación que será negativa haga lo que haga el Gobierno:
Si expropia YPF a Repsol, pésima señal a los mercados. Si acuerda pagar una indemnización, vergüenza y caída del relato.
Si se pelea con Shell, antiinversión extranjera. Si firma con Chevron, entrega de patrimonio.
Si interviene el Indec y dibuja la inflación, clamor institucional. Si transparenta los índices, indignación por los precios.
Si Cristina usa la cadena nacional, abuso de poder. Si no lo hace, vacío de gestión.
Si el kirchnerismo asume que se termina en 2015, fin de ciclo. Si plantea un candidato propio, continuidad antirrepublicana.

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Dardos diarios con tamaño nivel de obviedad no deberían, sin embargo, confundir a la jefa de Estado. Porque resulta que buena parte de estos mecanismos fueron estimulados por ella misma y sus medios adictos. Son los mismos que defienden casi todo lo que huela al Gobierno y sus aliados, y disparan contra los que lo critican. Militantes de lo binario. Cargan contra un juez impresentable como Bonadio y defienden a uno peor, como Oyarbide. El “pobre” Boudou es víctima de una campaña. Atacan a Magnetto y apañan a Szpolski-Garfunkel.
Sobre estos estándares tiene razón la Presidenta. No autoridad moral