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FINALISTA DE UN TORNEO INTERNACIONAL

Estudiantes reescribe la historia

Osvaldo Juan Zubeldía llegó a Estudiantes de La Plata en 1965. Encontró un club devastado y se puso a trabajar. La palabra “trabajo” nunca fue bien medida en fútbol. Están los que –whisky en mano– dicen “trabajar, trabajan los que hombrean bolsas en el puerto”. Y los otros que –carpeta y Gatorade en mano– dicen “sin trabajo nada se puede”. Si bien el fútbol de hoy está más cerca de lo segundo, no es difícil imaginar lo que se pensaba de este juego a mitad de los 60.

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Osvaldo Juan Zubeldía llegó a Estudiantes de La Plata en 1965. Encontró un club devastado y se puso a trabajar. La palabra “trabajo” nunca fue bien medida en fútbol. Están los que –whisky en mano– dicen “trabajar, trabajan los que hombrean bolsas en el puerto”. Y los otros que –carpeta y Gatorade en mano– dicen “sin trabajo nada se puede”. Si bien el fútbol de hoy está más cerca de lo segundo, no es difícil imaginar lo que se pensaba de este juego a mitad de los 60.
A aquel equipo, Poletti y Manera llegaron desde Sacachispas. Bilardo había nacido en San Lorenzo, pero lo habían dado a préstamo a Español y no tenía lugar en el Ciclón. Madero se quedó sin puesto en Boca, Conigliaro había estado en Quilmes, Chacarita e Independiente, Ribaudo se fue de Ferro… Así, Zubeldía fue armando el rompecabezas como pudo. Estudiantes se salvó del descenso en el ’65, se afirmó en el ’66 y llegó a la cumbre en 1967, al ser el primer equipo de los llamados chicos en ganar un torneo, el Metropolitano. Poletti, Aguirre Suárez y Malbernat; Manera, Pachamé y Madero; Ribaudo, Bilardo, Conigliaro, Echecopar o el Bocha Flores y Verón, era la formación 2-3-5 de aquel tiempo. También estaban en el plantel el Bambi Flores, el Tato Medina, Fucenecco, el Cabezón Cremasco, Togneri, Lavezzi y Daniel Romeo, entre otros.
En la cancha, había un gran trabajo. En el fútbol argentino, empezaron a asomarse situaciones límite usufructuadas a favor, como la jugada del offside en pelotas detenidas en contra. O jugadas preparadas en tiros libres a favor, algo que también ejecutaba brillantemente el Racing de Pizzuti.
La prensa los ensució con temas extradeportivos, como los famosos alfileres con los que supuestamente lastimaban a los rivales, los trabajos de boquilla o, en esa misma sintonía, con la tierra que le tiraban en los ojos a los arqueros rivales. Nada podrá mancillar la historia y hablar sólo de esto es una canallada. Sin querer justificar acciones ilegales (sobre todo porque los testimonios son de derrotados por Estudiantes o de menottistas recalcitrantes), la realidad era que el periodismo de Buenos Aires estaba harto de que las cuestiones las definieran entre Estudiantes, Racing e Independiente y Boca y River la vieran pasar. Los de la Banda Roja no salían campeones desde 1957 y en 1966 habían perdido la final de la Libertadores. Boca estaba en transición, después del “Bi” ‘64/’65. Los periodistas y, más aún, los empresarios periodísticos, querían a Boca y/o River en la tapa de los diarios y las revistas. Pero estaba Estudiantes, que llegó a ser tres veces Campeón de América y se consagró Campeón del Mundo en 1968, ante el Manchester United. Boca tuvo que esperar nueve años para poder llegar a estos logros, River tardó el doble.
El hacedor de aquel ciclo fue Mariano Mangano. Pensó y soñó con un Estudiantes grande. Su mandato comenzó en 1960 y duró hasta el día en el que decidió quitarse la vida a los 58 años, el 9 de diciembre de 1970. La obra de Mangano –“Edificamos un equipo campeón, ahora debemos seguir levantando un club entero”– se disfruta aún hoy. La continuidad de Zubeldía en Bilardo, de Bilardo en Russo, la prolongación genética de Juan Ramón Verón en su hijo Juan Sebastián y el sentido inalterable de pertenencia que tiene cada uno de sus futbolistas estén o no en el club, son el éxito de aquella gestión de Mangano y Zubeldía. Ellos sabían que sólo generando una revolución podían hacer grande a Estudiantes. Si no era así, pateando el tablero, con un fútbol distinto, con mucho sudor y llevando al club de 10 mil a 90 mil socios, no podía ser.
Así fue que Bilardo armó el gran plantel de 1982 (año en el que murió Zubeldía, a los 55 años), un equipo al que nunca le dijeron que “jugaba buen fútbol”. Se decía que era “práctico e inteligente”. Sin embargo, para sacarles la pelota a Sabella, el Bocha Ponce y Trobbiani había que matarlos. Y encima, estaban respaldados por un equipo ordenado, con Russo y el Tata Brown como líderes. Sólo se apartó de la idea a comienzos de los 90 y terminó yéndose al descenso en 1994.
Russo y Manera lo rescataron y lo devolvieron a la Primera. Estudiantes retomó aquella vieja receta del grupo unido y del objetivo común. Volvió a las fuentes y se reposicionó. Le ganó una final a Boca en 2006, con la vuelta de Juan Sebastián Verón como estandarte y un técnico muy joven (Simeone), tal como había hecho Mangano más de cuarenta años antes cuando trajo a Zubeldía con 37 años.
Se tomó un par de temporadas. Sufrió la frustración de quedar fuera de la Copa Libertadores y de que Néstor Sensini quedara en el camino por discrepancias con el plantel y los dirigentes. Se puso como objetivo volver a ganar un torneo internacional, aunque sea una Sudamericana y con otro entrenador menor de 40 años (Leonardo Astrada), como manda la mejor historia. Verón sigue estando y Calderón –otro al que le inyectaron la historia y la mística hace mucho tiempo– aparece, de a ratos, con sus 38 años a cuestas, para marcar goles decisivos, como el del último jueves ante Argentinos.
Para Estudiantes, ganar la Copa Sudamericana no es lo mismo que no ganarla. El que piense eso mejor que vuelva a leer esta enorme historia que Mangano y Zubeldía empezaron a escribir en 1965...