Mientras el martes estaba en Brasilia y el miércoles en San Pablo, viendo más de cerca la crisis brasileña, no pude dejar de pensar en una publicidad que se hizo famosa en los años 90 comparando Argentina con Brasil. Por entonces, se decía que Argentina era el Brasil de dentro de un tiempo porque las crisis que comenzaban en nuestro país terminaban dándose en el de ellos, parodiando la publicidad del whisky Orloff, donde se le advertía a un consumidor de whisky barato que si no tomaba Orloff su resaca sería terrible. El “efecto Orloff” pasó a una metáfora política de contagio de malas prácticas sintetizado en la frase de la publicidad: “Eu sou você amanhã”. Pero esta vez Brasil sería la Argentina del mañana, anticipando con su crisis actual la crisis que podría tener Argentina en 2016, después de que termine el clima electoralista, donde todas las decisiones económicas importantes se posponen para no predisponer negativamente a los votantes.
En Brasil el ajuste económico es enorme: 40% de devaluación, aumento de inflación y caída de 2% del producto bruto estimada para 2015. Se pronostica que Brasil volverá a crecer recién en 2016 –y los más pesimistas creen que recién en 2017–, después de la resaca producida por estirar el ciclo de muchos años de bonanza. Desde el Partido de los Trabajadores (PT), hay quienes piensan que hubiera sido preferible que ganase la oposición y Dilma no resultara reelecta porque para hacer el ajuste mejor habría sido que le tocara a Aécio Neves, el candidato del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso. Es que la combinación de ajuste económico con denuncias de corrupción destruyó la reputación del PT, al punto que el propio Lula reconoce que si las elecciones fueran hoy, Dilma perdería y aun si Lula fuera el candidato, también perdería; su frase exacta fue: “Si yo fuera candidato, la derrota sería aun peor”.
El miércoles en San Pablo percibí caras de felicidad por la detención del ex tesorero del PT, João Vaccari Neto. Verlo con esposas ser llevado preso por la policía, junto a su mujer y su cuñada, generó comentarios triunfalistas en la clase media y alta, que mayoritariamente ya vienen votando en contra de Dilma y el PT. Hay quienes aventuran hasta el fin del ciclo de un partido que hasta poco tiempo parecía imbatible y eterno proyectando que Lula sucedería a Dilma en 2019. Es un buen espejo donde el kirchnerismo podría mirarse. Más allá de sus intentos por blindarse jurídicamente, no habrá fiscales y jueces amigos que puedan detener un tsunami del humor popular en contra (no sólo el tesorero del PT: la detención de Rodrigo Rato en España es, con sus particularidades, otro ejemplo).
Lula siempre subestimó los efectos electorales de las denuncias por corrupción porque ganó su reelección después de que su mano derecha fuera preso por el sistema de retornos mensuales (el mensalão). Pero los vientos, después de soplar en un sentido durante mucho tiempo, pueden cambiar de dirección en pocos meses con tanta intensidad como si hubieran estado acumulando fuerza reprimidos, esperando su desenlace.
El sistema político brasileño, por la enormidad de su territorio y población, tiene tres partidos históricos fuertes, los dos que han venido gobernando, los citados PSDB y PT de Cardoso y Lula, pero también el PMDB, que nunca ganó una elección presidencial pero tiene al presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha; al presidente de la de Senadores, Renan Calheiros, más el vicepresidente que integró la fórmula con Dilma, Michel Temer, y a quien la presidenta prácticamente delegó el gobierno. Quien está a cargo del Brasil hoy no es más el PT, a pesar de haber ganado las elecciones, sino el PMDB, partido de base localista que tiene los pergaminos de haber sido el que se fundó para oponerse a la dictadura y haber sido el órgano político de resistencia a los militares en los años 60, 70 y 80.
Estuve en Brasilia entrevistando a uno de los fundadores del PMDB y actual ministro de Planificación Estratégica, Roberto Mangabeira Unger, y mientras realizaba el reportaje se escuchaban los gritos de la manifestación del día que cortaba la calle principal de la capital brasileña. El martes les tocó a los indígenas transmitir su desaprobación por cómo van las cosas.
Sin un equivalente al PMDB, en la Argentina al peronismo le será muy difícil –si gana las elecciones– hacer el ajuste que la realidad probablemente imponga en 2016 sin despegarse notoriamente del kirchnerismo y tener a quién echarle la culpa. Ninguno de los tres candidatos con más posibilidades de suceder a Cristina reconoce la necesidad de un ajuste. Con las comprensibles exigencias electoralistas, los tres, en mayor o menor medida, prometen una mejora rápida de la economía, pero será muy difícil que se pueda volver a crecer sin pasar por un período de reacomodamiento de los desajustes acumulados y sin consecuencias negativas para distintos sectores de la sociedad. La frase “Si les dijera la verdad, no me votarían” está en la mente de todos los candidatos.
Las expectativas optimistas que prevén una Argentina que vuelve a crecer a partir del nuevo mandato presidencial son correctas pero primero habrá que pagar costos, y ese crecimiento recién llegaría en 2017. Los agentes económicos que no tengan en cuenta el desierto que deberán cruzar el año próximo correrán el riesgo de quedarse sin energía a mitad de camino. Será difícil que la Argentina no sufra las mismas situaciones que Brasil está atravesando con caída del producto bruto y 40% de devaluación: sólo nuestro atraso cambiario de los últimos doce meses acumula algo parecido con 11% de devaluación y 38% de inflación.
Y todavía están por verse los efectos que tendrá la aceleración de la emisión con fines electorales que ya comenzó (ver página 22), con su correlato de más inflación y más retraso cambiario.