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Evo Morales y el mar para Bolivia

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La declaración de la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya declarándose competente para estudiar la demanda boliviana frente a Chile constituyó un triunfo diplomático para Bolivia. La Paz quiere que ese tribunal obligue a Chile a negociar una salida soberana al océano Pacífico.
La pérdida del litoral marítimo en la Guerra del Pacífico (1879-1883), en la que Bolivia peleó aliada a Perú contra Chile, es una marca indeleble en la construcción de la identidad nacional. Una identidad amputada. Aunque el país perdió territorio con casi todos sus vecinos, en este caso el problema no se mide en términos cuantitativos (más o menos kilómetros) sino cualitativos: la pérdida de la cualidad marítima del país.
Si muchos presidentes pudieron soñar con avanzar en esa reivindicación histórica, Evo Morales le añadió un nuevo condimento: él quiere mostrar que si “los oligarcas” perdieron el mar en el siglo XIX, “el indio” puede recuperarlo en el XXI. Y para eso desplegó diferentes alternativas: en sus primeros años de gestión negoció con Michelle Bachelet una agenda de 13 puntos que incluía el tema del mar. Pero la llegada al poder de Sebastián Piñera empantanó el diálogo y Morales decidió ir a La Haya. Ahora el hechizo con Bachelet ya se rompió y prima la frialdad.
Chile argumentó, para evitar la competencia de la Corte, que no tiene nada que negociar con Bolivia (que tiene derecho a usar los puertos) porque el tratado de 1904 selló esa pérdida territorial. Pero La Paz argumenta que como los chilenos negociaron en varias oportunidades una salida al mar durante el siglo XX, eso significa que ese tratado de paz y “compensación” económica no cerró nada. Una de las negociaciones que llegaron más lejos fue la desplegada entre dos dictadores: Augusto Pinochet y Hugo Banzer Suárez, conocida como el Abrazo de Charaña, en 1975: se restablecieron temporalmente relaciones diplomáticas y una hoja de ruta para resolver la “mediterraneidad” boliviana vía canje territorial. Pero finalmente el tema no prosperó, en gran medida por las objeciones peruanas. Un tratado de 1926 establece que Lima tiene injerencia sobre los territorios que antes de la guerra fueron suyos si Chile decide ceder alguna parte de ellos.
Mientras que el discurso político de Evo Morales suele ser refundacional y traza una línea entre el “pasado colonial” y el presente “plurinacional”, en el caso del mar decidió convocar a ex presidentes y trazar una política de Estado. Así, Eduardo Rodríguez Veltzé fue nombrado embajador en Holanda y jefe de la estrategia jurídica, y Carlos Mesa, vocero de la demanda marítima. Esta semana, Mesa se lució en la TV estatal chilena con una calidad argumentativa que incomodó a su entrevistador y lo proyectó como un ídolo nacional en su país (dejando atrás en gran medida el recuerdo de una presidencia frustrada en 2003-2005). Además de dar este pequeño paso en La Haya, la causa boliviana es más popular en el exterior que la chilena. Es David contra Goliat.
La aceptación del caso –que ahora obliga a Bolivia a una compleja presentación jurídica, con resultados inciertos– le cayó justo a Morales, quien acaba de convocar a un referéndum para febrero próximo para habilitar constitucionalmente un nuevo mandato que, en caso de ser reelegido en 2019, lo proyectaría hasta 2025. Pero, como recordó Mesa (que no obstante su cargo es un opositor al gobierno) en la televisión chilena, Morales ganó su reelección en 2009 con 64% de los votos y otra más en 2014 con 61% sin acudir al tema del mar.
Ahora comienza un complicadísimo juicio en este conflicto que impide una mayor integración en la zona andina. Y los bolivianos sueñan con un pedacito de Arica.

*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.