“Un gran circo, con su infinidad de hombres, animales y aparatos que sin cesar se sustituyen y se complementan unos a otros, puede, en cualquier momento, utilizar a cualquier artista, aunque sea a un ayunador, si sus pretensiones son modestas, naturalmente”
Franz Kafka (1883-1924); de “Un artista del hambre” (1922).
Ah, el tiempo.
A mitad de año, ayer nomás, Pisculichi era el suplente de Lanzini que llegaba en silencio y obligaba a muchos hinchas de River a preguntarse: ¿Piscu qué? Cocca, un técnico razonablemente barato para ocupar el lugar que dejaba vacío el inalcanzable Gareca; Gallardo, sonrisa amable de estudiante, una incógnita; Castillón, la joyita que querían todos; D’Onofrio, un presidente aliviado que venía de celebrar un título con Ramón Díaz y pensaba en un torneo de transición, sin tanta presión, con chicos; Blanco, el vice segundo que no tuvo otra que quedarse y poner la cara después de la escandalosa ruptura entre Cogorno y Molina; Teo, un consagrado mundial que volvía para saludar e irse a un grande de Europa; Videla, uno de apellido complicado para corear; Sánchez y Mora, dos devueltos con más pena que gloria; Bou, uno del montón que entraba por la ventana y condenaba al exilio a Roger Martínez, promesa del club; el torneo largo de Grondona, un inexplicable capricho aceptado por unanimidad; y Elisa Carrió, la gran estrella política de UNEN que en su Twitter posaba, tierna, sonriente, con Republiquita, la muñeca nacida –según una ficción humorística del programa de Lanata– de su “matrimonio” con Pino Solanas. Wow. Quién diría, ¿no?
“Cuando el tiempo sea sólo rapidez”, decía Heidegger. Bueno, es así nomás. Aquí el tiempo es veloz, las cosas cambian, nada es lo que parece, hasta que parece y al rato deja de parecer. Algo está, y de pronto no está más, se esfuma, muta, se convierte. Quizá por eso el lenguaje popular impuso la curiosa fórmula “está bueno” en lugar de “es bueno”. En esta Argentina, muchachos, lo más perdurable del Ser parece ser un yogur.
Aquel River de transición, sin presiones, joven y con técnico debutante, fue consagrado “mejor equipo del país” por aclamación. Rápidamente, buscó la triple corona y ahora, cruel paradoja, se juega el todo por el todo para ganar la semifinal de una copa continental de segundo orden y dejar afuera a un Boca que hace mucho no pega una.
Pero puede pegar ahora, claro.
Contra Racing, audaz, omnipotente o resignado por un plantel ultracorto, Gallardo pone suplentes y nos recuerda que aquí lo único que importa es el duelo de ricos, el superclásico, ese magno evento que nos obliga a hablar días enteros, antes y –oh, no– después de aquellos 90 minutos de vacío: la nada misma donde todo fue furia y pavor. Un bodrio.
La única verdad es la realidad, decía el general ex Cangallo. Michel Foucault, tan pelado y tan francés, creía otra cosa. Creía que a la verdad la impone el poder, siempre. Mirá vos.
Racing-Frankenstein-Bragarnik, el monstruo formado en un laboratorio que se comió cuatro con Tigre y en un par de minutos perdió un clásico que ya tenía en sus manos, resurgió de sus cenizas, convirtió en ídolo al impensado Bou y ahí está, arriba, insólito, sorprendente, sólido en su precariedad, cumpliendo la profecía autocumplida de Cocca-Fausto: pierdo contra Independiente pero peleo el campeonato.
¿Qué tiene Racing para sostenerse? Primero, el deseo, las ganas, una pasión desenfrenada que, está claro, puede ser un arma a favor o en contra. Esta vez uno debería creer en esa sociedad frugal que suelen llamar grupo: el acuerdo tácito para aunar voluntades, apoyar al otro, pensar en plural. Un ejercicio exótico, ajeno a la argentinidad clásica.
Cocca muestra su voluntad de hacer jugar bien a un equipo que, sin embargo, fue armado para intercambiar golpes: te espero, te pego, te vuelvo a esperar, y así. La edad y la falta de un medio campo que maneje los tiempos, tenga la pelota y calme tanta ansiedad obliga a Milito a bajar y dejar el ataque para los furibundos rushes de Bou, Centurión o Hauche. Es cierto que en el mercado no abundan los volantes creativos, pero igual llama la atención que, entre tantas incorporaciones, Cocca no haya priorizado la llegada de eso que antiguamente llamaban “manija”, después “un 10”, y ahora “enganche”, un invento tan nativo como el dulce de leche. Les hace falta.
¿Cómo aguanta Racing cuando no puede colocar su mano de nocaut? Gracias al esfuerzo de Videla, uno de esos jugadores que aman los hinchas de Racing, tipos que traban, corren, se tiran de cabeza y funcionan como espejo de su propio fervor; a la seguridad de Saja, un arquero fantástico por más que a algunos les incomode su contrato de luxe; y a la solidez de Lollo-Cabral, una pareja de centrales impensada pero rendidora.
Los laterales son un tema aparte. Pillud saca pecho cuando se proyecta y hace lo que puede cuando lo atacan; y Grimi… Bueno, a Grimi hay que reconocerle una moral de hierro. “Pocos equipos, fuera de Europa, tienen a dos campeones de la Champions como Milito y yo”, dijo no hace mucho, sin ponerse colorado, recordando su asombroso paso por el Milan, donde jugó algunos partidos. Notable.
¿Racing puede ser campeón? Sí, claro. Esto es fútbol y, para colmo, Argentina: cualquier cosa puede pasar. Hoy sí. Mañana vemos.
River fue el mejor, aun con su plantel en apnea, corto, con suplentes llenos de acné. Construyó una identidad, un estilo propio. Intentó, algo que en estas playas de crisis suele ser inusual, inútil, ingenuo. El original merecía ser campeón, lejos.
Veremos qué hace su muletto en ese estadio repleto, con 60 mil almas sedientas de casi todo: un amor insensato, el eterno retorno, las simetrías, los sueños, Milito-Maschio, el maldito-bendito 2001, River en el camino otra vez, quién sabe, por qué no, ojo los rojos, Racing, Racing nomás, vamos todavía.