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Explícito

Barco de papel 20230729
Imagen ilustrativa | Barco de papel quemándose | Unsplash | Amin Moshrefi

Es difícil no evocar, en días de campañas electorales y apronte de urnas, aquello que alguna vez manifestó Carlos Menem: “Si decía lo que iba a hacer, no me votaban”. Una consideración significativa sobre el no decir en la política, sobre todo porque ese no decir ahora lo estaba diciendo. Entre el no decir y el decir, estaba o estuvo el hacer; entre lo que no había dicho y el decirlo, estaba ni más ni menos que eso: lo que había hecho. ¿No podría parafrasearse al general Perón, y proponer para este caso: peor que decir es hacer?

Menem no dijo lo que iba a hacer, para así ganar la elección de 1989, y la ganó. Pero después fue presidente e hizo, hizo lo que no dijo que haría; y ese hacer equivalía a un decir, era tanto o más elocuente, era tanto o más evidente, dejaba todo perfectamente claro. Y después de eso hubo una elección, en 1995, y la ganó; y hubo otra en 2001, y cosechó en principio más votos que nadie.

En una esquina

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Si para ganar la primera vez precisó no decir qué era lo que haría, ¿cómo es que ganó después, cuando ya lo había hecho, cuando todo estaba a la vista? Yo no lo sé, no tengo idea; me lo pregunto y debería preguntárselo tal vez a alguien que lo haya votado (y después de votado, insistido). Pero puede que quepa detectar ahí, en algún tramo de ese tiempo, un giro, una bisagra, un viraje, algo que hizo que determinadas cosas cambiaran. Que se habilitara de alguna manera cierta posibilidad de decir, o cierta impunidad del decir. El abandono a conciencia de cierta cautela, de cierto recato, no por honestidad, sino más bien por cinismo, ante la comprobación impensada de que la impunidad del decir estaba perfectamente al alcance, que no importaba lo que se dijera, que no se pagaban costos políticos por decirlo (o por hacerlo). Si es que no, peor aún, ante el descubrimiento de que ese decir (y con ese decir, un hacer), por dañino y perjudicial que fuese, por calamitoso y destructivo que resultase, obtendría pese a todo adhesiones, es decir, con otras palabras, votos.

Me lo planteo porque, ahora que una vez más circulan por doquier los mensajes y las arengas políticas en la previa de un acto electoral, hay en varios candidatos un curioso corrimiento a lo explícito (en el sentido en que en la pornografía se dice que hay sexo explícito). Y si tienen por ejemplo la intención de quitar a los trabajadores derechos y dignidades, lo dicen casi sin eufemismos (pues no hay veladura eficaz en palabras como flexibilización, se entiende bien a qué apuntan). O la de devolver a los docentes a la esclavitud, privándolos de los derechos conquistados en la lucha por la educación. O la de implantar represiones violentas contra todos los que se manifiesten y protesten ante el oprobio y la injusticia. O incluso la de demoler edificios emblemáticos, si eso sirve para quitar de la vista a personas a las que no quieren ver, de las que no quieren saber.

Y todo eso llamativamente lo dicen de manera abierta. Advierten que hay unos cuantos que se complacen sin duda al oírlos.