Un lector se queja de que menciono el cliché de Cristina y sus carteras Louis Vuitton, y tiene razón, la marroquinería de Cristina no se agota ahí: sólo en Comodoro Pi desfiló sus Chanel, Dior, Stella McCartney y Gucci, entre otras. Sin duda, ser perseguida por la Justicia requiere elegancia, y es lo que más me gusta de Cristina, la puesta en escena de su yo novelesco. El feminismo sesudo considera la apariencia y el estilo como un tabú, algo que no debe ser mencionado entre gente seria; pero como dijo Oscar Wilde, “solo la gente superficial no juzga las apariencias”. Es de “buen tono” mirar el discurso; pero Cristina siempre se expresa en lo que no dice: jamás le hemos escuchado una sola palabra sobre la pandemia, la cuarentena o al menos un homenaje a las víctimas.
Nuestras preferencias dicen mucho de nosotros: son el inconsciente en escena. Así, la intendenta de Quilmes saca inglés de las escuelas públicas pero manda a sus hijos a un colegio inglés de elite, y Luis D’Elía se atiende en un clínica privada en Recoleta igual que la “puta oligarquía” que ama denostar. A través de los objetos, se hermanan con quienes desprecian. No son las contradicciones que nos hacen humanos: es el discurso rancio lo que los vuelve robots.
El peronismo reciente es un software mal hecho: cualquier operación da siempre el mismo resultado. Los “gorilas de siempre” contra el pueblo. No hace mucho, dos sociólogos se planteaban en revista Crisis: ¿qué hacemos con Mercado Libre? El texto era olvidable: peronismo de poltrona que juega al guerrillero en Facebook, pero cerraba con una cita llamativa: “Nacionalizar una empresa no es una gesta patriótica, es tomar el control público de algo demasiado importante para la sociedad como para que siga en manos privadas”; eso que no puede seguir en “manos privadas” sería justamente lo que habría creado Galperín y su equipo en veinte años.
“Pensé que saldrían a festejar”, musitó el DT de la cuarentena más larga del mundo cuando quiso expropiar Vicentín. Trató de vestirlo de gesta patriótica y no salió. Ahora Moyano bloquea las operaciones de MELI porque quiere obligar a que inscriban a sus trabajadores como choferes, aunque no lo son. La clásica falopa extorsiva de la oligarquía peronista que hunde a los trabajadores reales. Como esos sociólogos, Moyano hace lo que puede: es incapaz de crear valor y entender un problema estadístico simple.
En la Argentina, de 42 millones de personas surge un Galperín, como debe de haber uno en Nigeria o en Albania. El Estado no tiene chances de hacer 42 millones de experimentos, porque hay solo un Estado y las probabilidades están en su contra. Se conocen cero cosas que el Estado administre bien; Kicillof sacó una app Cuidar: podés subir una selfie en culo y la lee como un recibo de sueldo. Si el capitalismo puede soñar el futuro, es porque siempre hay alguien al que le da la cabeza.