La revelación se manifiesta primero como Plaga, luego como Estado. La pandemia tiene la forma de una revelación: “Que nadie venga a decirnos ahora que no es posible ensayar otras formas de vivir en sociedad”, escribe Rita Segato. El virus lo vuelve todo posible; donde unos sufren el confinamiento, otros se excitan pensando que ahí está el germen de la libertad.
Eventos como el Covid-19 forman parte de la estética emergente del Antropoceno. Es la primera epidemia a escala cósmica, el orbe entero regido por la transmisión; pero el planeta prepara sorpresas que superan a la Biblia, cumbre del género horror. Vendrán más tormentas de fuego, como en Australia: en lugar de mil vietnams, mil miniapocalipsis.
La revolución marxista se autopercibía como una tormenta de fuego roja, una epidemia aliada del caos: en sus fantasías cósmicas, una mariposa bate las alas en Pekín y la tormenta llega a Nueva York. El virus renueva las fantasías marxistas más intensas: ahora la guerra fría es entre los humanos desvalidos y una superestructura maléfica (el capitalismo) donde confluyen resentimiento, xenofobia y antisemitismo. El Planeta es el rehén de esta puja entre humanos aliados y los enemigos de la humanidad. Putin, Trump y hasta los chinos festejan: desde hace tiempo la guerra fría es un asunto mediático, fogueado para entretener.
“Ahí viene la plaga, le gusta bailar”, cantaba visionario Eduardo Guzmán en 1959. Mientras los humanos sueñan con castigos a los “poderosos”, el trabajo duro del cambio lo hace el virus. El virus como el primer trabajador.