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La boca abierta

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Dicen que estamos en peligro de extinción. El humano se reconoce en el espejo del dinosaurio; tocamos las condiciones en las que la ciencia (autora de la ficción moderna) narra el apocalipsis. A diferencia de otras pestes, nos movemos como un cuerpo planetario único, unido en masa contra la muerte. Entramos en un mundo sin aberturas.

Los únicos agujeros faciales no ilegales son los ojos, los oídos. Sentidos pasivos, receptivos. El barbijo cubre el susurro, el olfato y el gusto, el tacto se esteriliza. Andamos sin bocas ni narices públicas, pero tampoco tenemos la erudición musulmana de cómo sacar provecho de tu burka. Hay una nueva etiqueta de los cuerpos, ¿cómo transmito una sonrisa sin boca?

Leo que en USA hay fiestas clandestinas para contagiarse. Deben ser lectores de Derrida, que escribió que pharmakon en griego significa tanto veneno como antídoto. Esos movimientos siempre existieron: desde las bareback parties del sida, orgías de seres-con-pija sin protección donde había portadores de la enfermedad, a las chickenpox parties para contagiarse varicela de los antivacunas. No comparto pero respeto la selección natural. 

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Empieza mayo y pienso que cuando esto termine será mayo del 68. Euforia, apocalipsis derrotado, nuevas reglas para un mundo nuevo. Reboot, y gente desesperada por tocarse. El trauma colectivo superado traerá la reinvención del cuerpo ajeno. Dicen aquí que será el mejor verano en mucho tiempo. Sin hordas de turistas al menos. Quizás el Covid termine con la época puritana actual, cuando empiecen las orgías en las calles.

Todos devenimos lectores de ciencia ficción, imaginando cómo sigue la historia. Miedo, aprensión, normalidad. No deberíamos odiar a los impacientes y sus pequeñas aventuras en la antigua libertad. Tenemos que ser amables y entender: sin el resto de la humanidad me desmorono, escribía Michel Tournier en Viernes o los limbos del Pacífico. Y tener fe: el capitalismo perverso está buscando la vacuna.