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Lady Flor en el balcón

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Shakespeare nacía y moría por estas fechas, habiendo pasado algunas cuarentenas en la escritura de King Lear y Macbeth. El confinamiento puede ser un descanso de los demás, con o sin peste. Pienso en Julianne of Norwich, una inglesa que se autoconfinó (junto a su sirvienta) para dedicarse a escribir, y en Margerie Kempe, otra mística que se emparedó para evitar tener que servir a un marido: el confinamiento era su libertad. Las ermitañas como ellas tenían una razón social: rezaban por el pueblo y distribuían chismes, porque muchas veces sus casillas daban a la calle. Tenían una ventanita por donde les pasaban comida, y ellas asomaban la cabeza y daban consejos. El encierro era una forma de obtener una voz, cierto prestigio social.

Nada mejor en esta época que leer novelones espléndidos como La montaña mágica, Anna Karenina, y si se lee Rojo y negro por primera vez, salir a aplaudirlo al balcón. Pero si no se tienen a mano estos lujos, siempre queda el Instagram de Florencia Kirchner. La joven Kirchner hace un despliegue de princesa torturada, escribiendo poesías en el tono intenso y vago de una adolescente de 30 años. Emparedada en su Instagram (no se puede dejar comentarios), narra su encierro de privilegio.

Cada libro que menciona es un capítulo de su aventura personal. Los libros la explican y ella se explica en los libros, armando un yo que se identifica con dos suicidas, Sylvia Plath y Alejandra Pizarnik. A veces es más lacónica y le queda mejor: dice que vio un vendedor de armas para matarse. Con fotos de anorexia sexy, Florencia juega a ser la “pequeña sonámbula” de Pizarnik, la madwoman in the attic: la internación como vía rápida para ser escritora suicida & sobreviviente.

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Deplora que ya no puede viajar (“¡con lo que me gustan los aviones!”). Flor puede ser millonaria y reconvertirse en poeta aplaudida por el peso de su propio privilegio. El insta de Flor invita a un juego de percepción: muestra el dinero, pero nadie lo ve. Con el kirchnerismo el dinero siempre está, pero no se ve: solo se intuye por la obsecuencia que les profesan, esa es su marca. La ideología de moda se entreteje en su verborragia: habla contra el patriarcado y culpa al patriarcado de su enfermedad, aunque el patriarcado salvó a su hija (el padre tomó el cuidado). Flor K es una Kardashian deflacionada: la marca es exhibir el privilegio, el narcisismo como sistema cognitivo. En el caso de Flor, envolverlo en cultura para hacerlo invisible. 

La romantización de la locura y el encierro es el tópico literario de Flor, donde la cultura libresca encuentra su función social. La cultura es como aplaudir a los médicos en el balcón, celebrar el gesto noble que esconde lo real: los sanitarios como caídos de guerra sacrificiales, porque carecen de protección y mueren en el frente. El Estado se ausenta: debe estar ocupado leyendo.