El profesor Jaime Duran Barba en una sus habituales columnas del diario PERFIL, bajo el título “El gradualismo y lo efímero”, plantea que ante la necesidad de hacer correcciones en materia económica, “el gradualismo es una visión que se impone en la sociedad del siglo XXI” y le adjudica la virtud política de ser la única opción viable ante aquella que propone “aplicar un paquete radical de medidas de ajuste”.
El consultor gubernamental señala que en los países donde se hizo “lo que hay que hacer” –según el parecer de los economistas que recomiendan el ajuste– se desató la furia de la gente y sus mandatarios terminaron siendo extremadamente impopulares; llegando, en algunos casos, a ser destituidos, y, en otros, apresados.
Duran Barba completa su enfoque diciendo que los gobernantes que eligieron el camino de “lo que no hay que hacer”, según el consejo de los mismos economistas, no solo no sufrieron pérdida de votantes, sino que hasta lograron ser recompensados con la reelección. Al respecto, cita el caso de “un populista autoritario pintoresco que manejó muy mal la economía” y fue reelecto en dos oportunidades.
El columnista es concluyente al afirmar que “no hay ningún mandatario que haya aplicado ajustes, sin que se desplome su gobierno o sin terminar como un pato rengo” y reivindica la actitud de Mauricio Macri que, por el contrario, “tomó medidas de corrección gradual como es posible en las sociedades democráticas”.
En la nota se fuerza de manera caprichosa una contraposición entre gradualismo y ajuste. Y este no es un inocente error del autor. Es una sentencia que sigue la misma lógica binaria que fomenta la grieta y tiene por objetivo situar a quienes no coinciden con la política económica oficial en el incorrecto lugar político que exclusivamente ocupan los promotores del ajuste radical.
Formula así una nueva versión del relato ficcional que ignora –quizás, desprecia– la visión de un amplio sector del pensamiento nacional comprometido con la democracia y el bien común que, comprendiendo la compleja realidad que esta gestión heredó y mantiene, defiende la idea de avanzar de manera gradual.
Este relato, llevado a la práctica, desecha una de las mayores virtudes de la buena política, que es el diálogo entre los que piensan distinto y no tiene otra consecuencia que postergar la posibilidad de alcanzar los consensos que la realidad impone.
Resulta lógico que ante la actual situación económica y social de persistentes déficits gemelos, alta inflación e inaceptable pobreza estructural, sectores de la oposición que actúan con racionalidad apoyen el camino de reformas graduales como la mejor manera de resolver un verdadero dilema entre los objetivos de eficiencia y equidad.
Pero ese camino nos debe llevar en forma consistente hacia un mejor lugar y no ser un mero atajo para “perdurar”, subordinando las decisiones de gobierno a las necesidades electorales de la coyuntura.
Los argentinos venimos arrastrando desde hace varias décadas severos desequilibrios estructurales y desencuentros que nos interpelan. Superarlos requiere, además de una oposición comprometida con la gobernabilidad, una actitud abierta del Gobierno que le permita aceptar e incorporar visiones que no sean precisamente coincidentes con la suya.
El “nuevo paisaje de la posmodernidad”, las “nuevas formas de comunicación” y lo “efímero” están íntimamente vinculados a la apuesta a lo emocional que hace la denominada posverdad, que si bien ha demostrado mucha eficacia para crear candidatos, ganar elecciones y mantener la imagen positiva de gobernantes, no ha demostrado –hasta ahora– ninguna para gobernar y resolver los problemas.
Entendemos que ha llegado la hora de elevar la mirada. Ni la grieta ni la posverdad nos ayudarán a alcanzar una solución duradera frente a los problemas más urgentes y, mucho menos, a remover los obstáculos que desde hace décadas nos impiden construir una democracia orientada al desarrollo económico y la justicia social.
*Economistas.