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Fanzines del Far West

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En Ostkreuz, en las profundidades del este de Berlín, la argentina Constanza Macras ensaya su obra para la Volksbühne. Paradójicamente, se llamará The West.

Berlín siempre imaginó mal y cándidamente el oeste. Incluso ahora que no han dejado muro ni para los turistas y curiosos, el oeste sigue irradiando aquí una pálida llama de luz negra: cada McDonald’s huele a broma. Haga usted la prueba y pregunte a cualquiera cómo hacer para llegar a Berlín del Este y le dirán la verdad con una sonrisa impostada: que ya no hay este y oeste. ¿En qué se transformó la ciudad que no para de transformarse: en puro este o en puro oeste?

Los atentados contra autos de alta gama en Friedrichshain para ahuyentar a los ricos que querían comprar propiedad barata en barrios obreros ya quedaron en el pasado y Berlín se ha vuelto cara; el acceso a la vivienda (antes una cuestión de Estado) vuelve a regirse por las leyes de la especulación y el desarrollo.

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Quizás nada de esto resulte evidente a primera vista en la obra de Macras, de la que solo tuve el privilegio de ver un ensayo. En sus obras hay un esplendor de movimiento y virtuosismo, todo atravesado de residuo pop, como una caspa que suprime cualquier tema, aunque este aparezca enunciado en los programas para satisfacer las agendas curatoriales. Macras parece suponer que The West es una usina radiactiva que ha filtrado su bilis en capas subcutáneas de nuestros inconscientes globalizados. En este patchwork de exabruptos caben las obsesiones de siempre en el universo coreográfico de Constanza: la Mujer Maravilla girando con contraenvión y en cámara lenta, las telenovelas latinas con sus estertores estirados hasta el tropo, el encanto deslucido de la superproducción indopakistaní, el esplendor idílico del MTV de los 80. Un yanqui de origen irlandés canta imitando a los negros raperos con sus gestos y modismos; su video es replicado en Rumania por dudosos sosias en lengua poco hablada y actitud algo más mafiosa; la misma canción reaparece en algo así como sánscrito moderno con coreografía de Bollywood y superproducción india: la mutación de ese ADN indescifrable que es “el oeste” parece verificar exactamente eso, que el único destino de esa fábrica de horizontes es la pura mutación. “Muta, que algo quedará”.

En el oeste de Macras aparecen también las facetas menos evidentes de esta supuración de ideología capitalista: las canciones del barroco español de la conquista (si bien España es nuestro Oriente); la fosforescencia alucinada de la telenovela mexicana, hecha de lisiadas, villanas y tontorrones; el glamour de Xuxa en las siestas del Brasil y otros cataclismos desordenados que piden a gritos algo de piedad.

No podré ver su obra terminada, y lo lamento. Pero hay obras que no se pueden presentar terminadas. Así que vuelvo a casa suponiendo que lo que he visto será cierto.