Sin duda nos ha tocado un extraño país en el que a un miembro de la Suprema Corte de Justicia, en este caso el doctor Carlos Fayt, ¡se lo acusa de haber vivido 97 años! Como una desmentida ante este absurdo reproche, uno de nuestros más famosos dramaturgos, Carlos Gorostiza, festeja, alborozado, sus 95 otoños mientras estrena en el teatro Cervantes su última obra, Distracciones, con un sostenido éxito de público.
—Sí –explica Gorostiza–, seguimos en cartel con el grupo de muchachos que montaron la obra hasta finales de Junio. Luego saldrán de gira y, como les ha ido bien, piensan seguir en otro teatro alternativo.
—Lo que es notable es que vos hayas aprobado a un grupo de gente tan joven…
—Es que han sido una revelación…. Eligieron dos obras mías con absoluta comprensión de textos. Una de ellas, A propósito del tiempo, que en su momento, 18 años atrás, hicieron Ulises Dumont, Cipe Lincovsky y Juan Carlos Gené. Me invitaron a verla porque la estaban haciendo en clave de payasos y para mí esto fue una gran sorpresa: mostraron la obra por dentro, no falsearon ninguna escena, preservaron el texto tal cual es y, actuando como payasos, utilizaron la complicidad que ellos suelen establecer con el público. Y, como espectador, ¡sentí en ese momento que me estaban diciendo que yo era un payaso! Fue una impresión asombrosa…
Con sus maneras juveniles, Gorostiza extiende las manos como abarcando un mundo nuevo:
—También hicieron otra de mis obras: Hay que apagar el fuego, que escribí en 1982 y fue lo mismo. Un muy buen resultado. Y como yo estaba terminando una obra que, casualmente, tenía cinco personajes jóvenes pensé que no era necesario buscar a los nombres rutilantes de la televisión. Les leí entonces Distracciones, les gustó, hablé con Rubens Correa (director del Cervantes) y le expliqué que era una cosa distinta. Le interesó mucho y le gustó la idea –aquí Gorostiza se ríe francamente– de que un anciano presentara a un grupo de jóvenes en el teatro Cervantes…
—Bueno, la verdad es que no es lo usual…
—Puede ser, pero para mí tiene muchas explicaciones. Algunas románticas… Para empezar estamos en la sala Orestes Caviglia que es muy tierna, muy linda… Yo era amigo de Caviglia. (¡No sé si él era amigo mío!) Era un personaje realmente extraordinario. Además el teatro Cervantes fue siempre un lugar en el que yo hice mis primeras armas profesionales como espectador. Cuando tenía 8 o 10 años asistí a las primeras funciones de Así es la vida con Alippi y tambien al estreno de El conventillo de la Paloma con Libertad Lamarque, que entonces era jovencita y cantaba el tango Chorra ¡que Enrique Santos Discépolo recién estrenaba!
Parece increíble que este hombre, todavía atractivo y elegante, haya sido testigo de aquel teatro legendario de Buenos Aires. Y, más increíble todavía, que sus obras no hayan envejecido. No podemos olvidar tampoco que, a fines de los años 90 se repuso El puente en la calle Corrientes, y que aquella historia de jóvenes tampoco había perdido actualidad….
Gorostiza sonríe quedamente ante sus propios recuerdos:
—Fijate que la primera vez que asistí como espectador a una obra importante fue con Ollantay, de Ricardo Rojas, y todavía me parece escuchar las voces de Luisa Vehil, Guillermo Battaglia, Faust Rocha. Luego, ya como medio actor, en 1954 hice la versión escénica de la novela El último perro. Los personajes protagónicos eran de Milagros de la Vega y Nelly Meden. Allí tuve un diálogo un tanto surrealista con Cátulo Castillo: “Yo no soy peronista”, le expliqué porque Cátulo era un gran tipo aunque teníamos diferencias políticas. Le propuse a Armando Discépolo como director y lo aceptó. Lo mismo ocurrió con Astor Piazzolla; “¡ese muchacho que está comenzando bien!”, como decía Cátulo. También propuse a Francisco Petrone para el papel protagónico. Petrone estaba exiliado por lo que (en aquel diálogo surrealista) Cátulo añadió: “Puede venir a Buenos Aires pero, si vuelve a hablar mal de Eva Perón, se tendrá que ir”. La sinceridad de Cátulo era total y, de común acuerdo, decidimos que era mejor que no viniera…
—¿Cuándo estrenaste el exitazo de “El pan de la locura”?
—En 1958, pero no quiero olvidar que El puente se repuso en 1999, gracias a la generosidad de Dragún que era entonces director del Cervantes…
—Con una presentación inolvidable de Aída Bortnik, pero también recuerdo que lo notable es que aquellos jóvenes de “El puente” eran absolutamente contemporáneos. ¡No habían envejecido en esos cincuenta años! Bueno –reflexionamos–, es también lo que ocurre con “Distracciones”, donde has reflejado la rebeldía de los jóvenes de hoy.
—Esto es lo curioso: Distracciones les gusta más a los jóvenes que a los mayores. Los jóvenes se sienten más representados por esa problemática…
—Tu capacidad de trabajo es notable. Con una obra recién estrenada sabemos que estás escribiendo otra…
Gorostiza sonríe con picardía:
—Ya está terminada… La estoy corrigiendo. ¡Lo único que puedo adelantarte es el título porque ya está registrado en Argentores! Se llama Pequeñas confusiones, y tengo también a la directora para esta obra. Dentro de algún tiempo podré darte más datos… Este año quiero terminar con el teatro porque estoy pensando en escribir otra cosa. Creo que nuestras generaciones buscan lo nuevo. Cuando ven la aparición del daguerrotipo, hacen que se vea el mundo de otra manera. Por supuesto que antes que el daguerrotipo aparece la “cámara negra” de Leonardo Da Vinci…
—No sabía que Leonardo había hecho intentos fotográficos…
—Sí, varios hombres de ciencia intentaron usar “la cámara oscura”, que tenía un plano único pero Daguerre fue el que hizo posible el comienzo de la fotografía. Después, claro, aparece el cine… y esta época hace que seamos testigos visuales de las cosas que están ocurriendo o han ocurrido en el mundo… ¡Yo recuerdo que, cuando tenía 13 o 14 años, si pensaba en una mujer desnuda sentía una emoción inmensa! El mundo del misterio! Hoy día sabemos todo eso a través de la televisión. Este es un cambio profundo. Antes hablábamos de la guerra chino-japonesa, pero como no se habían inventado ni la fotografía ni el cine tampoco teníamos una representación visual de esto. Por ejemplo, ¿cómo eran las guerras del Peloponeso? Y aun cuando se han hecho películas de reconstrucción no sabemos cómo hablaban ni cómo gesticulaban. El daguerrotipo, reitero, es la iniciación de la imagen en movimiento. ¡Hoy día nosotros encendemos la televisión y desde nuestra habitación vemos en pantalla cómo matan a un tipo de Vietnam! ¡O también como se ahogan en el mar los africanos que quieren vivir un poquito mejor! Son cosas que nosotros “vemos”. Nadie nos las cuenta. Creo, entonces, que ha pasado algo en el espíritu humano. Sin embargo, por ejemplo, los egipcios debían ser parecidos a nosotros…
—¿Vos creés eso…?
—Por dentro, sí. Creo que somos muy parecidos. En el fondo somos muy ignorantes acerca de aquellos hombres. Eran limitados en experiencia y en conocimiento. El mundo fue adelantando y hoy sabemos, por ejemplo, ¡que la Tierra es sólo un pequeño espacio del sistema solar! ¡Un hijito del Sol! Y que cuando muera el Sol esta Tierra desaparecerá… ¡No tengo ningún temor frente a esto porque faltan unos cuantos millones de años para que suceda! Sin embargo dentro de un par de siglos cuando piensen en los agujeros negros, que hemos descubierto, dirán: “¿Cómo no lo sabían?”.
—Aceptás con naturalidad la época que nos ha tocado vivir. Una época deslumbrante. No sólo, por ejemplo, la televisión sino la facilidad con que vos manejás el Netflix y otros sistemas para ver, por ejemplo, ¡cientos de películas desde tu casa! Y ni hablar de la computadora que usás constantemente. ¿Cómo hiciste para que todo esto formara parte de tu vida?
Carlos se ríe:
—Una antigua rumba decía “Si me paro, pierdo el compás”. Y, cuando nos reunimos con el grupo de teatro, a veces les digo que, dentro de un tiempo, vamos a apretar un botón ¡y hasta van a aparecer los personajes de carne y hueso! Si hacemos un poco de historia vemos que primero fue el cine mudo, luego con sonido y color, la televisión y el mundo cibernético de hoy… Pero todo esto es formal. Lo interior, aquello que provocaba que los egipcios parecieran ignorantes, es que seguimos siendo ignorantes a pesar de lo formal. Esto es la eternidad… una pequeñísima eternidad…
—¿Cómo es la eternidad para vos?
—Es este segundo, este minuto en el que estamos hablando vos y yo. La eternidad es parte de este minuto. Guardamos muchas cosas en nuestra cabeza. En cuanto a lo que viene… no sabemos. La eternidad es ésta.
—Asusta un poco esto de ser un personaje de la eternidad, ¿no?
—¡Te asusta porque sos menor que yo! –se ríe.
—¿Vos pensás que el universo (así como las imágenes de los medios) conserva en una nube la energía producto del odio y del amor?
—Cuando se ha leído un poco de Historia se descubre que el hombre camina por la vida a los tropezones. Lo mismo ocurre con la sociedad y con los hombres que la han conducido. Los terribles errores de Hitler y Mussolini… también los errores de Churchill y Roosevelt… Mirar el mundo es como observar una vieja fotografía… Hay que tratar de “saber” y “entender” y no asustarse al comprobar que somos uno más en el mundo. Y ésta es la eternidad de la que te hablaba recién… Algo extraordinario: ser pasajeros de un mundo en movimiento…
—Hay mucha sabiduría en esto. Por eso también aparece como un tosco fenómeno de ignorancia esta batalla que se está librando contra una dignísima persona como es el juez Fayt porque es ministro de una Corte Suprema independiente, porque tiene 97 años y porque ha escrito más de cuarenta libros…
—Sí, ¡aunque hubiera escrito un solo libro! O ninguno. Todo este tema de Fayt está incluido en lo que yo llamo “democracia explícita”. Se expresa, sí. Pero no es una democracia implícita. Algún día llegará (yo no lo veré) una democracia “implícita” en la que se hará justicia. Una democracia “por dentro” en la que se opine de hombres como Fayt de otra manera. Fayt debería ser respetado por su experiencia y conocimiento. ¡La experiencia es saber que es posible resbalar en un piso encerado! ¡Y éste es un país donde abundan los pisos con cera! Parece que hay algunos que no se dan cuenta de esto…
—Ser secretario de Cultura de la Nación en el gobierno de Alfonsín, en el primer gobierno después de la dictadura, debe haber sido también una experiencia muy especial, ¿no es cierto?
—Al asumir, Raúl Alfonsín decidió, contrariamente a lo que suelen hacer todos los gobiernos, ¡que no se iba a despedir a nadie ni tampoco tomar a nadie! Con lo cual recibí una Secretaría de Cultura en la que había ¡herederos de la dictadura y herederos del último gobierno peronista! Fue un gran esfuerzo, pero tuve la posibilidad de estar rodeado de gente muy interesante y así logramos, con Manuel Antín, que se erradicara la censura cinematográfica. En fin, obviamente tiempos complicados. ¡Tanto es así que un obispo (creo que de Santiago del Estero) escribió en el diario La Nación que yo era “un marxista pornógrafo” porque luchaba por la libertad de expresión!
—Bueno, hoy, esos “ultramontanos” aparecen en otro nivel. Son los que no admiten el pensamiento ajeno…
—¡Claro! Son los que forman parte de la democracia “explícita” que busca, a través de vericuetos y caminos zigzagueantes, circunstancias y soluciones no aptas para la decencia.