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un festejo especial

¿Feliz día?

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| Cedoc

El comienzo de la pandemia me sorprendió en Francia, uno de los países con mayor número de afectados. Mientras allá los muertos oscilaban entre 300 y 500 por día, me mantenía al tanto de lo que sucedía en Argentina a través Internet. 

Acá, el virus era mediáticamente tan importante como allá, pese a no haber prácticamente ningún caso registrado que no fuera importado. Una épica de unión contra la desgracia comandada por el presidente Alberto Fernández comenzaba a desencadenarse y algunas frases con las que Emanuelle Macron se había ganado la burla de sus detractores, como “guerra contra un enemigo invisible”, se replicaban a nivel institucional en una Argentina que se parapetaba con entusiasmo nunca visto contra un enemigo que, además de invisible, estaba, todavía, ausente.

Alentado por el oficialismo y la oposición, el presidente proporcionaba tranquilidad en el rol de cuidador de sus compatriotas, haciendo caso omiso a las pocas voces que ya en ese momento advertían sobre los problemas económicos que una cuarentena podría detonar en un país del Tercer Mundo en el que la economía informal está tan extendida. 

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En Europa empezaba a sospecharse que el virus era algo mucho menos previsible de lo que pudo haber parecido al comienzo y que la OMS estaba lejos de tener respuestas taxativas a la hora de prevenir y tratar (recordemos las idas y vueltas con el uso del barbijo, el ibuprofeno, el contagio a través de superficies, el plasma, el uso indiscriminado de respiradores, la hidrocoloroquina) pero Argentina daba la sensación de no tener ojos más que para focalizar en los muertos del mundo, sin gran interés en afrontar dudas u opiniones alternativas al discurso oficial local. 

Ahora, después de tres meses de un encierro cuyo saldo, casi nadie lo duda, se pagará a lo largo de un periodo de tiempo infinitamente mayor, las fracturas y divisiones transversales que la lucha contra el Covid19 parecía haber eliminado, vuelven fortalecidas y dan a luz nuevas y pueriles divisiones como la de runners versus sedentarios.“

No entiendo cómo se enroscan en esa pavada y no indagan un poco más en lo que obras sociales y hospitales hacen en el manejo de la pandemia, me dice con aires de superioridad un colega argentino que vive en París.“

”Se sabe desde siempre que la inmovilidad prolongada no fortalece la salud de nadie” reprocha por whatsapp mi tía española desde una café de Vigo; “De la meritocracia del macrismo pasaron a la meritocracia del cueretenismo pero les cambian los protocolos todo el tiempo y no cuestionan nada, cometen errores que ya se cometieron acá,”se mofa un primo médico desde Italia. 

Cada pariente y amigo de Europa me mira desde arriba, como si la impresionante cantidad de muertes registradas por Covid19 en sus lugares de residencia les diera una sapiencia mayor. 

Yo no sé qué contestar, porque acá adentro, en la Argentina confinada, el panorama sanitario no es claro: mientras laboratorios, médicos y centros de diagnóstico advierten sobre la dramática baja de consultas en rubros fundamentales como cardiología y oncología, los militantes de la cuarentena ad infinitun insisten con el colapso inminente del sistema que iba a evitarse iniciando precozmente el encierro.

 A la incertidumbre general se añade el desgaste del que ya nadie está exento y que probablemente haya hecho que Fernández mute de ese padre cálido que decía “yo estoy para cuidarlos” al padre duro que dice:“querían salir ahí tienen. 

Cuarentena mediante, el mismo mandatario que tocaba la guitarra en Twitter para brindar alivio a los aterrados, subestima la angustia ajena derivada de decisiones propias, olvida las promesas que infundieron entusiasmo incluso entre quienes no lo seguían como el impuesto a las grandes fortunas y responsabiliza, cuando la exasperación lo supera, a aquel que se enfermó bajo el supuesto de que “salió a buscar el virus. 

Quizás, una de las aristas menos discutidas de este problema del que vaya a saber cómo salimos y, sobre todo, quién sale y quién no, sea una actitud paternalista que, en política, funciona bien para muy pocos. 

Lo cierto es que hoy, miles y miles de padres de la Argentina pasarán solos su día porque buena parte de la población está completamente segura de que esa es la mejor forma de cuidarlos. Algunos de ellos, los más ancianos, probablemente no abracen a sus hijos nunca más.  

*Periodista, guionista y docente. 

Esta columna fue publicada el 21 de Junio.