La adivinación es una ciencia que solo se les da bien a astrólogos, políticos en campaña y ciertos economistas. Los analistas políticos no tenemos esa capacidad. Con un poco de información, algo de reflexión y un tanto de suerte, en el mejor de los casos planteamos escenarios con mayores probabilidades de concreción.
Lo que escribí el 24 de febrero sobre que Cristina planeaba bajar su candidatura, está lejos de ser un caso de éxito (ver Las condiciones de Cristina para bajarse), aunque la estrategia electoral kirchnerista pretenda lo contrario. Mi texto no logró anticipar que ella se bajaría para ir por la vicepresidencia. Jamás se me ocurrió una jugada tan creativa.
Lo que sí sostenía la tesis de la nota era su necesidad de correrse del foco de la campaña, pero sin perder centralidad.
Ahora, con el anuncio de su “paso al costado”, ella terminó de desarrollar esa táctica: convencer a todos de que se bajó. De que con Fernández-Fernández ni siquiera hay un Kirchner en la fórmula.
Pero no quiere bajarse. Sino volver al poder por otra vía.
La fachada. Aquella columna contaba que desde principios de año, ella analizaba la alternativa de un renunciamiento histórico al estilo Evita: “La idea le permite presentarse hacia adentro y fuera del peronismo como una voz conciliadora, desprendida de intereses personales, bregando por la unidad de las fuerzas ‘populares y progresistas. Y le permite retomar diálogos con quienes parecía irreconciliable, como Moyano, Grabois, Alberto Fernández y Felipe Solá.”
También se mencionaba su necesidad de no enfrentar una derrota mano a mano con Macri, la complejidad de una nueva presidencia y de su futuro judicial y el de sus hijos. Y se contaban las negociaciones abiertas con Massa.
"Como Mauricio hizo con Macri, Alberto y Cristina esconden a Kirchner para esconder su propio pasado".
Ahora, con la hábil fachada de la candidatura de su ex jefe de Gabinete, ella intenta convencer al sector de la sociedad que más la rechaza, de que en realidad está en retirada.
La escenificación plantea a Alberto F. gobernando con independencia total y a ella centrada en tareas legislativas.
El relato explica que él es un moderado, aunque con el carácter suficiente para que nadie lo eclipse en su presidencia. Intentará mostrar las antiguas y virulentas diferencias entre ellos, justamente como un ejemplo de lo que será un presidente independiente. Y también fuerte: no porque tenga estructura territorial, ni capacidad de movilización, ni crea que le podrá dar algún tipo de instrucción a su jefa política, sino porque Cristina decidió cederle todos sus votos y su poder mientras observará sentada en el
Senado cómo gobernará su discípulo.
Pasado pisado. El desafío es convencer a la mitad del electorado que tiene mala imagen de ella, de que ella ya no volverá al poder. Y bajar la imagen negativa de Alberto (similar a la de Cristina y Macri), posicionándolo como alguien razonable y honesto.
En este sentido, dirán que él no tiene causas de corrupción, evitando recordar los seis años en los que fue la mano derecha de Néstor y Cristina. Años durante los que se construyó el célebre esquema de corrupción con la obra pública y los enriquecimientos de tantos políticos que dependían de él. Tendrán el doble desafío de explicar que nunca supo nada de eso y, al mismo tiempo, de que fue un buen funcionario.
Alberto aparecerá en la campaña como un hombre de diálogo con el que piensa distinto, como él recuerda que hizo con todos los medios, salvo con PERFIL, la revista Noticias y algunos otros casos más, a los que discriminó año tras año con la publicidad oficial, como después probaría la Justicia.
También con los jueces mantiene diálogo y ya envió el mensaje de que lo seguirá teniendo al avisarles que en el futuro “van a tener que explicar las barrabasadas que escribieron” en contra de Cristina. Fernández promete que no perseguirá el indulto para ella y los “presos políticos”. (La intención es que sean los mismos jueces los que vayan desactivando las causas
en marcha.)
"Para ganar al voto anti K, muestran que ella dio un paso al costado. Pero se trata de volver al poder por otra vía".
En definitiva, la táctica es convencer a una mayoría anti- K de que los métodos kirchneristas son cosa del pasado. De ahí el recurso de que ni siquiera se promocione la fórmula presidencial con el apellido Kirchner: solo Fernández y Fernández, que es como decir dos personas cualquiera, sin prontuario, como tantos Fernández de la vida.
Negociación. Puede que con el votante común este proceso de convencimiento resulte tortuoso, pero con los gobernadores y dirigentes peronistas será más sencillo.
A falta de una alternativa superadora y con Cristina en un piso de intención de votos del 30%, ya venían moderando sus críticas públicas a la ex mandataria para preparar el terreno de la unidad. Pero bastó que Cristina se “bajara” y postulara a Alberto, para que hallaran la excusa perfecta y autoconvencerse: “A diferencia de ella, él siempre fue un hombre razonable con el que se puede hablar.”
En eso están.
Massa acelera sus fluidos contactos de siempre con Alberto y Máximo Kirchner, para terminar de decidir si en ese estanque puede pescar más que en el de Alternativa Federal.
En privado, Alberto le baja el precio al líder del Frente Renovador. Dice que si se va con ellos, pierde la mitad antikirchnerista de su electorado, y que la mitad que queda no suma demasiado.
Aunque piensa, y piensa bien, que si lo convence de competir en las PASO, lo terminará subsumiendo. El problema es qué ofrecerle que le pueda interesar. Le propone encabezar la lista de diputados, casi una ironía para alguien que aspira a ser presidente. ¿Le volverá a ofrecer la gobernación, como ya hizo más de una vez, o será tarde?
En realidad, lo que quisiera pedirle es que se baje, tomando los dichos del tigrense de que no le importan los cargos sino salvar al país. Le ofrecerá ubicar a sus dirigentes en las listas, recibir el apoyo para algunos de sus candidatos a intendente y reservarle espacios de poder y control de recursos en un futuro gobierno.
Lo que Massa no podría negociar con Alberto es el armado de la eventual estrategia electoral. En el cristinismo no quieren saber nada con el asesor Antoni Gutiérrez Rubí, hoy estratega de Massa, pero que en 2017 lo fue de Cristina, quien le atribuiría a él su derrota con el casi desconocido Esteban Bullrich.
Esta semana, en el Instituto Patria repetían la anécdota que recuerda a “Pepe” Albistur haciéndose el dormido mientras el estratega catalán mostraba un power point con el que explicaba cómo seducir a la clase media con mensajes lights y redes sociales. Hasta que alguien le preguntó qué le pasaba y Albistur respondió: “Este catalán no sabe nada de la Argentina”.
Hoy, un estratega histórico del PJ como Albistur volvió a tener voz en una campaña de la mano de su amigo Alberto. Prepara un regreso a lo clásico: caravanas, recorridas por todo el interior y presencia intensiva de los candidatos en el Conurbano, en especial en los grandes municipios.
Habrá que ver qué dice la verdadera jefa del espacio.
Juego peligroso. La táctica de Cristina de esconder el apellido Kirchner (como Mauricio hizo con Macri) le puede servir para regresar al poder. Lo que nadie puede saber es qué hará luego Alberto. Si seguirá con el rol de fronting o será el esclavo que enfrente al amo, como escribió Jorge Fontevecchia en su contratapa de ayer parafraseando a Hegel.
Y, si una vez en el poder, esa batalla entre uno y otro llegara a ocurrir, entonces no habrá analista capaz de anticipar el futuro.
Mientras tanto, ellos insistirán en que son dos simples Fernández.
Tampoco es un engaño. En todo caso es un camuflaje, una táctica electoral con la que solo engañarán a los que necesiten ser engañados.