Durante mucho tiempo pensé que eso de “pinta tu aldea y pintarás el mundo” era de Chéjov, pero parece que es de Tolstoi. Es una frase muy curiosa porque se aplica mejor a la literatura que a la pintura, y en ese sentido la usó su autor. Al poner la frase en Google, me encontré con la transcripción de una conferencia amable y erudita de Isidoro Blaisten que, entre muchas ideas ingeniosas, cita los aguafuertes de Arlt y recuerda que Martín Fierro dice, refiriéndose a sí mismo, “Lo que pinta este pincel ni el tiempo lo ha de borrar”, en una metáfora pictórica análoga a la de Tolstoi.
En realidad, pensé en la frase a raíz de la obra de Margaret Tait (1918-1999), cuyas películas se muestran en la actual edición del Bafici. Hasta ahora, nunca había escuchado hablar de Tait. Es una de esas cineastas que permanecen más o menos en la oscuridad durante su vida y siguen en la oscuridad después de su muerte, aunque son objeto de un moderado interés por parte de los archivos y las instituciones oficiales, lo que permite que no se pierdan y hasta circulen por festivales extranjeros, siempre ávidos de retrospectivas inéditas. ¿Intento decir que la atención prestada a Tait es exagerada? No, todo lo contrario, sólo intento señalar que la supervivencia de su obra es más bien casual, porque esta mujer hacía lo que decía Tolstoi, filmar su aldea, más concretamente la localidad de Kirkwall en las islas Orkney, en el confín norte de Escocia. En realidad, no es lo único que hizo Tait, que no es una cineasta primitiva ni tampoco provinciana. Si bien nació y murió en Kirkwall, a los 9 años se mudó con su familia a Edimburgo, donde más tarde estudió Medicina. Tras ejercer durante la Segunda Guerra, estudió cine en el Centro Sperimentale de Roma, volvió a Escocia y en los 60 se estableció en su ciudad natal, aunque también filmó en Edimburgo, donde funcionaba su compañía cinematográfica, Ancona Films.
Volviendo a la frase de Tolstoi, se puede deducir de ella cierto funcionamiento común de las sociedades y las psicologías que atraviesa las épocas y las distancias. Pero, en realidad, las obras que parten de esa idea suelen terminar mostrando el parecido entre las variantes locales de las tendencias y las modas: una pintura académica del siglo XIX da cuenta de la pintura académica del siglo XIX más que de ninguna otra cosa. En el cine pasa lo mismo: el costumbrismo del cine argentino, por ejemplo,
habla del costumbrismo más que de la Argentina. Pero el caso de Tait es extraordinario. Su obra muestra el campo y la ciudad escocesa, pero lo hace desde una inspiración y una concentración tan notables que otorga a lo que filma una frescura que hace únicos a sus campesinos, a sus gatos, a sus transeúntes. Sus treinta cortos, filmados con una pequeña cámara, montados con una artesanía precisa musicalizados con inspiración, muestran la notable libertad de Tait para pasar de un momento único a otro, para meterse sin problemas con la poesía o la animación. Esa libertad es la misma que exhibe en Blue Black Permanent, su único largo, filmado a los 75 años, también su única película industrial y de ficción. Más que pintar su aldea, Tait la inventó y reinventó a su modo el cine, haciendo de su aislamiento y su situación periférica un antídoto contra el adocenamiento.