COLUMNISTAS

Formas de la crítica

Pocas palabras tan ambiguas, tan escurridizas como crítica. De la crítica de la razón pura de Kant hasta su desembocadura en una breve reseña periodística de 1.800 caracteres (con espacios), su uso incluye un alto nivel de polisemia, equívocos, tensiones internas, maltratos a la lengua y sorpresas maravillosas. A mí me gusta esa imprecisión.

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Pocas palabras tan ambiguas, tan escurridizas como crítica. De la crítica de la razón pura de Kant hasta su desembocadura en una breve reseña periodística de 1.800 caracteres (con espacios), su uso incluye un alto nivel de polisemia, equívocos, tensiones internas, maltratos a la lengua y sorpresas maravillosas. A mí me gusta esa imprecisión. Hay allí un potencial a explotar, el malentendido es ante todo una potente metáfora literaria. ¿Quién puede definirse como “crítico”? ¿Quién se anima? La del crítico es una figura esquiva, poco prestigiosa, hoy casi en desuso, descripciones todas que lo vuelven bien interesante. Un buen crítico, en mi opinión, tiene que conjugar erudición, sentido del humor, gusto por leer de bien de cerca los textos, elegancia, ironía y cierta irresponsabilidad escéptica. Ultimamente leí dos libros de alguien que reúne esas condiciones, es decir, de un crítico: Rafael Reig. Español, nacido en Asturias en 1963, es también autor de varias novelas y columnista en el diario Público. En 2006 publicó su primer libro de crítica, que causó más de una discusión, polémicas, exabruptos en blogs, en fin, esas cosas que suelen suceder cuando se escribe un buen libro de crítica: Manual de literatura para caníbales. El libro, escrito con un demoledor estilo zumbón cargado de gran erudición, recorre buena parte de la historia de la literatura española moderna, de Galdós hasta el presente, momento final donde despliega su mejor prosa y su mayor inteligencia sarcástica. En varios capítulos memorables (con nombres como “La guerra de las Dos Marías”) describe, en un tono de farsa, las disputas actuales en la literatura española entre un bando supuestamente encabezado por Javier Marías, y otro virtualmente liderado por Vila-Matas. Un párrafo vale como prueba de su estilo: “Al final de la batalla, el monárquico Vila-Matas, de la brigada Herralde, apoyado por los capitanes Cercas y Bolaño lanzó un ataque relámpago con una de las nuevas y terribles Wunderwaffen: la llamada ‘autoficción’, novelas que trataban del propio autor escribiendo la novela (o peor todavía: novelas que trataban del escritor que no escribía)”. Pero sobre todo, bajo ese manto de humor, el libro es una brillante descripción de las estrategias textuales y las tácticas de poder en el campo intelectual en la literatura española posterior a la guerra civil.
Y luego leí su segundo libro de crítica: Visto para sentencia, publicado el año pasado. El volumen compila gran parte de sus columnas en El Cultural del diario El Mundo. El tono aquí imita al de la sentencia judicial: en cada columna se presenta una acusación, una argumentación y finalmente un veredicto. Los personajes tratados van de Goytisolo a los agentes literarios, y de Paul Auster a Juan Marsé. Transcribo un largo fragmento, un botón de muestra: “Carlos Fuentes y El Cultural. Sala 2a de lo mediático (…). Hechos probados. Primero: que la revista El Cultural difundió en su portada el último libro de Don Carlos. Segundo: que no contentos con la portada, en El Cultural dedicaron cuatro páginas completas a Don Carlos, que afirma no sentirse ‘portavoz de la sociedad’ ya que ‘hoy todo el mundo tiene voz en América latina’ (sic). Que Don Carlos, sólo dos días después, declaró en otra entrevista: ‘Todas las historias que voy contando están rodeadas por un coro, que es la voz de lo que no tienen voz. He querido darle una voz muy poderosa a esa voz de la miseria’ (…). Fundamento de derecho: los hechos probados son constitutivos de los delitos de negligencia criminal, destrucción de imagen pública y pedantería insufrible (…). Acuerdo: que debo condenar y condeno a Don Carlos, como autor de negligencia atolondrada y pedantería intolerable, a la pena de pasar el próximo verano, en lugar de una mansión de Mallorca, en un viaje con su chándal reglamentario, gafas bifocales, botella de agua y bolsa riñonera (…). Así lo pronuncio, mando y firmo”. ¿Toleraríamos un crítico así en Buenos Aires?