Sí, se puede. Clarín publica una foto de fin de rodaje de la película de mis amigos en El Bolsón, señala con un dedo acusador y amarillo a Dieguillo Fernández como Santiago Maldonado y presenta el estofado como prueba de que por ahí no lo desapareció Gendarmería. La foto de lejos, el señalado podría ser cualquiera, Dieguillo no se parece en nada a Santiago, la fiesta fue en marzo y no en julio, y la mentira es tan atroz que es difícil adivinar las intenciones que subyacen a esta farsa sin gollete. Los que estaban en la foto reaccionaron rápido y las redes viralizaron la desmentida. Clarín, simplemente, dio paso al “ahora dicen que el joven no sería Maldonado”, como si el verbo “decir” no requiriera ya de sujeto alguno.
No es la primera vez. El 11 de agosto, en el mismo diario, “un jefe del equipo policial” había declarado que “hay un barrio en Gualeguaychú donde todos se parecen a Santiago”, con una foto cualquiera de un policía cualquiera en un momento cualquiera.
Es este cualquierismo el que muestra cómo Clarín alza la valla a ver hasta dónde es posible expandir la ya azotada credibilidad de las masas para que ya no haya noticia ni verdad en ningún lado. Son muestras de laboratorio en las que todos somos sus ratas. Pero si en algo tiene razón Clarín, tal vez sin escribirlo, es en que Santiago está ahora en todas partes.
La disolución programada de su rostro en cualquier cosa, a la que seguirá seguramente la disolución programada de sus circunstancias y las nuestras, se da de bruces contra la iconización de Santiago, contra la mundialización de su problema.