La ilusión nos invade porque necesitamos su ataque simbólico sobre nosotros. La realidad, las cosas verdaderas, las situaciones visibles, aquello que está ahí y se puede observar, nos gusta cada tanto, pero no hay nada como la fascinación por lo imaginado como real.
En realidad, nuestra necesidad por las ilusiones demuestra el tipo de alimento simbólico del que se nutre la sociedad moderna. Nos llenamos de fantasías de realidad para darle sentido al mundo. Frida estuvo de verdad debajo de esos escombros por dos días. Lo que la sociedad se imagina por momentos es realidad en ese tiempo.
Los electorados nunca tienen acceso completo a la realidad de los protagonistas de la oferta política y los consumidores tampoco a las fábricas de los productos que compran en los supermercados o almacenes. Hay algo en ese espacio privado del cual sólo se puede asumir lo que ocurre y confiar para convertirlo en imaginación real. Las fábricas deben estar limpias y los operarios deben saber lo que hacen. El no acceso a la totalidad e incluso la incapacidad operativa para lograrlo hacen de la imaginación y la confianza un elemento trascendental de la vida social moderna.
La batalla electoral ofrece especialmente eso pero con un condimento especial a los enemigos. A los propios se les ofertan sus ilusiones, y a los enemigos, la revelación de la realidad, de sus supuestas verdaderas intenciones. Cristina Kirchner utilizó la entrevista con Víctor Hugo Morales para llenar su discurso con aparente claridad sobre los oscuros mensajes de Macri. Cristina simula llevar realidad para desmoldar las ilusiones de los otros, pero al hacerlo atenta contra la necesidad de ilusión del electorado de Cambiemos. El efecto puede ser totalmente el contrario.
Los ataques a las ilusiones que alimentan con sentido la vida moderna se pagan caros. En Cristina Kirchner y su espacio falta una promesa ilusoria, falta esperanza, imaginación. Ocupa tanto tiempo en contar realidades, que no logra darle sentido a su voto y por eso probablemente suba muy poco en octubre.
Se decía que a Frida le habían alcanzado agua y que ella había dicho que estaba con otros compañeros de escuela. El personaje imaginario hasta ingirió líquidos y Mario Massaccesi, desde el mismo México repleto de escombros, construía poesía para relatar su tiempo de sobrevivencia en la transmisión siempre constante de TN. El mundo estaba desplomado en el seguimiento de las horas claves por rescatar a un ser imaginado, que mientras existió como realidad fungió como un lazo social. Su episodio demuestra que la sociedad se moviliza más por las ilusiones que por la decepcionante realidad.
La sociedad es una secuencia en formato de reemplazos de una ilusión a otra nueva ilusión. Las nuevas tecnologías y la sobreabundancia de información hacen suponer que la verdad le gana a la fantasía, pero en realidad es la expansión de las ilusiones la que se produce con tantos nuevos datos. La verdad queda absorbida por la adaptación de sus contenidos a las ilusiones de las personas. Quien no tiene ilusiones para ofrecer sólo será parte de la realidad en formato de instrumento, de cosa que no transmite nada. Cambiemos entiende esto mejor que todo el resto.
Nadie pidió fotos de Frida, ni conoció a sus padres, ni logró que alguna maestra contara que era una gran niña porque nadie estaba interesado en la realidad. El electorado de Cambiemos no quiere saber sobre Panamá Papers, ni sobre la plata en la casa de Michetti o las licitaciones en obra pública en el Gobierno. Macri vive hoy como Frida, bajo los escombros de la imaginación, y sólo el tiempo podrá mostrar si de verdad estaba allí o fue una ilusión de sus electores.
El secreto del resultado de octubre, de los rumores en México y de la pérdida de atractivo de Cristina Kirchner está en el formato en que el medio social produce sus formas de ver el mundo y en lo que cree. Sobre todo está en la necesidad desesperante de darle la espalda a la realidad para ocupar el tiempo con otras cosas. Es lo que hace Nicolás Repetto que, en vez de conocer la historia de los movimientos de protesta y los debates jurídicos al respecto, prefiere pasarse unos días en su mansión de San Ignacio imaginando el próximo disfraz para la próxima entrevista. Se lo imagina y le parece grandioso.
*Sociólogo. Director de Quiddity.