Seamos, una vez, menos partidarios de nuestras envejecidas opiniones; tengamos menos amor propio; dése acceso a la verdad y a la introducción de las luces y de la ilustración; no se reprima la inocente libertad de pensar en asuntos del interés universal; no creamos que con ella se atacará jamás impunemente el mérito y la virtud, porque hablando por el mismo en su favor y teniendo siempre por árbitro imparcial al pueblo, se reducirán al polvo los escritos de los que indignamente osasen atacarles. La verdad, como la virtud, tienen en sí mismas su más incontestable apología; a fuerza de discutirlas y ventilarlas, aparecen en todo su esplendor y brillo; si se oponen restricciones al discurso, vegetará el espíritu como la materia; el error, la mentira, la preocupación, el fanatismo y el embrutecimiento harán la divisa de los pueblos, y causarán para siempre su abatimiento, su ruina y su miseria.” Lo escribió Mariano Moreno y tiene tanto que ver con la función esencial del periodismo y sus actores que parece publicado ayer. Traigo a esta columna estas palabras de Moreno porque a él y a otros políticos-pensadores de los tiempos de Mayo se debe buena parte de la génesis de nuestro oficio en estos lares. El, Bernardo de Monteagudo, Juan José Castelli, Manuel Belgrano firmaron en aquella Gazeta de Buenos Ayres, publicación a la que se reconoce como piedra basal del periodismo local.
El Día del Periodista fue instituido en su homenaje casi al mismo tiempo que la sanción de la ley que dio origen al Estatuto del Periodista, una norma legal mediante la cual el Estado pasó a regular las relaciones contractuales entre empresas periodísticas y sus asalariados. De tal manera, la elección del 7 de junio como día de celebración en este oficio remite también a un reconocimiento de derechos laborales y ordenamiento jurídico, más que a otros aspectos que el ejercicio mismo de la profesión ha venido imponiendo en materia de preceptos éticos y códigos de procedimientos para una más adecuada función en beneficio de sus destinatarios.
No son estos tiempos particularmente benéficos para quienes trabajamos en esto. Desde que fuera decretada la “grieta” a uno y otro lado del juego dialéctico entre seguidores de este gobierno y opositores, no ha quedado mucho margen para cumplir de manera cabal con las tres patas sobre las cuales se asienta el correcto proceder en este oficio:
◆ Un cuidadoso, equilibrado, responsable manejo (digo manejo, no manipulación) de los datos que permiten acercar la información al pueblo con el mayor acercamiento posible a la verdad.
◆ La transmisión de ese material mediante un lenguaje simple pero rico, cuidando la palabra como un bien incomparable y la belleza de las formas en un plano idéntico al del fondo.
◆ El rechazo absoluto a toda acción –sea por periodistas o por los medios que difunden sus trabajos– que aleje la tarea profesional, de normas éticas claras e indiscutidas.
Sin datos verificables, basados en fuentes diversas y en documentación indiscutible, congruentes y equilibrados, no habrá artículo, nota, ni siquiera pequeña pieza periodística que satisfaga el auténtico interés del público, piense éste como piense y actúe como actúe; sin un texto rico, amplio en vocabulario y simple en su expresión, no habrá mensaje que sirva a la vez de gratificación y alimento informativo; sólo con una actitud firme de rechazo a manipulaciones (trucos fotográficos, títulos engañosos, textos sesgados, campañas y operaciones de prensa, coqueteo con cualquier poder) se estará ejerciendo esta formidable profesión como el público merece.
Dijo Tomás Eloy Martínez, un referente inexcusable entre los maestros argentinos de esta profesión-oficio: “Un periodista que conoce a su lector jamás se exhibe. Establece con él, desde el principio, lo que yo llamaría un pacto de fidelidades: fidelidad a la propia conciencia y fidelidad a la verdad. A la avidez de conocimiento del lector no se la sacia con el escándalo sino con la investigación honesta; no se la aplaca con golpes de efecto sino con la narración de cada hecho dentro de su contexto y de sus antecedentes. Al lector no se lo distrae con fuegos de artificio o con denuncias estrepitosas que se desvanecen al día siguiente, sino que se lo respeta con la información precisa. Cada vez que un periodista arroja leña en el fuego fatuo del escándalo está apagando con cenizas el fuego genuino de la información. El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”.
En estos tiempos a veces burbujeantes, a veces incómodos, a veces –pocas– felices, el periodismo está en el permanente banquillo de los acusados. No es casual: el fuego fatuo del escándalo quema más que el fuego genuino de la información.