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prohibiciones

Fútbol para pocos

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El otro día, en la ciudad de La Plata, en ocasión de un partido de fútbol entre Estudiantes y Lanús, un agente policial asesinó a una persona. Al verificarse que esa persona simpatizaba con Lanús, a los efectos el equipo visitante, se decidió que de aquí en más no haya más hinchas de equipos visitantes en los partidos que se disputen en la provincia de Buenos Aires. ¿Cómo hay que interpretar una medida semejante? Dado que choques entre hinchadas rivales no hubo, y que por lo tanto lo que se busca no es evitar que los simpatizantes de un equipo puedan ponerse a pelear con los del otro, habría según parece que entender que lo que quieren impedir es el contacto de los hinchas visitantes con la Policía de la Provincia de Buenos Aires. ¿Será la mejor manera de impedir que sus agentes los maten? A mi juicio, no es la manera. Lanús es un club de la provincia de Buenos Aires, después de todo; los visitantes de hoy serán los locales del mañana, y no hay razones para suponer que el que es capaz de apuntar y disparar y matar a un hincha de los visitantes no vaya a hacerlo también con un hincha de los locales. La mejor medida sería, entonces, eliminar a los locales también.

¿Suena absurdo? No lo es. Lo hacen y lo llaman “puertas cerradas”. Al no haber nadie en las tribunas, no hay más muertes en el fútbol. Aunque, para llevar la medida a fondo, sería preciso tomar nota de los incidentes que se han producido en las canchas entre fuerzas policiales y los jugadores de un determinado equipo (revoleo de palos y de perros, por ejemplo, contra los jugadores de Belgrano de Córdoba en Santa Fe). ¿No sería mejor, me pregunto, cortar el tema de raíz y prohibir también la concurrencia al estadio de los jugadores visitantes?

Tendríamos así, por fin, un espectáculo perfectamente controlado. Pero tendríamos, además, un espectáculo asombroso: los once jugadores de un equipo esperando a los otros once, que por cierto nunca llegan. ¡Qué Godot ni qué Godot! ¡Qué Beckett ni qué ocho cuartos! No habrá nadie que quiera perderse una escena semejante cada domingo por televisión. De paso, caerá el rating del programa de Lanata. Y la gente volverá a olvidar si Lázaro Báez es rico o es pobre, si la plata la lleva encima o la esconde detrás de los vinos, si la tiene en el país o la llevó a algún paraíso, si era suya solamente o también bastante de Néstor. Ese estado de ignorancia en el que todos vivíamos antes.