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Futuro imperfecto

1-11-2020-Logo Perfil
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La Argentina es el país de América que desde hace décadas se debate en una fuerte contradicción: es uno de los lugares en que más fuertes reparos encuentra el sistema capitalista, al mismo tiempo que más ha demostrado desinterés por su propia moneda, en cuyo lugar adoptó al dólar estadounidense para transacciones mayores y el ahorro. ¿Son compatibles ambas corrientes de simpatía y antipatía simultáneas?

Otros países de la región también han incurrido en tales contradicciones, comenzando por México que, sin embargo, constituyó con Canadá y su gran vecino del Norte el Nafta y continúa siendo la meca dorada para su emigración con o sin papeles. Algunos han perdido su moneda, directamente, siempre luego de grandes crisis económicas y procesos hiperinflacionarios, como Panamá, Ecuador y El Salvador. La Argentina nunca dio ese paso, pero estuvo cerca, con la convertibilidad, heredera de la lejana Caja de Conversión, vigente hasta la crisis de 1929.

Gerardo della Paolera y Alan Taylor, en su libro Tensando el ancla. La Caja de Conversión argentina y la búsqueda de la estabilidad macroeconómica, 1880-1935, justamente hacen referencia a que el corsé monetario fue impuesto para encontrar la estabilidad macroeconómica que la praxis política hacía imposible.

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Ese alineamiento, la capacidad de establecer una política predecible de largo plazo y el vamos viendo como política de Estado llevaron a la economía argentina a anotarse en varios podios de dudosa reputación, pero en uno que claramente alimenta alguna esperanza. No es el país de más alta inflación, pero sí el que ha estado entre los 10 con más inestabilidad con muy pocos intervalos de normalidad. En los últimos 75 años, la inflación anual de un solo dígito fue solo en el 20% de los períodos, y la mitad durante la convertibilidad (en el tramo de 1993 a 2001). También acumuló otro récord con el estancamiento económico, que podría marcarse en las cuatro décadas 1980-2020, pero con años de “tasas chinas” y otros de caídas abismales. O quizás por eso, la resultante terminó obteniendo un 0 en crecimiento. Hasta esa fecha, las economías españolas y argentinas, con una población similar tenían la misma magnitud. Hoy la relación es 3 a 1 a favor de los europeos, los de verdad. También se verificó en un indicador clave: el PBI por habitante, que marca incluso una caída en la última década y un avance simultáneo en el índice de pobreza, pocas veces vista en países sin conflictos internos de magnitud. Cada crisis fue haciendo subir un poco más el peldaño en el que oscila este indicador, actualmente en la franja del 40%.

La duda no es si la economía llegará a las elecciones, sino qué ocurrirá después.

Todo indica que la desconfianza en un futuro mejor minó la cuota de optimismo necesaria para apostar a que finalmente, como ocurrió en otras oportunidades, la actividad terminará rebotando y se retomará un sendero de lento crecimiento. Pero el año electoral impone sus reglas y la primera es que cada gobierno pisa el acelerador para llegar con el mejor clima de consumo al momento de emitir el voto. Con cifras en la mano, se podría argumentar que eso resultará imposible. Pero el cúmulo de “buenas noticias” para parte del padrón (aumento de salarios en la menguante clase trabajadora formal), bonos por única vez para trabajadores de la salud y jubilados (dos sectores “ajustados”) y generosos créditos para consumo alimentan esta sensación. Pero sobre todo la combinación de una inflación mensual estacionada entre 2,5% y 3% (proyectada: 40% anual) y un dólar libre que todavía está por debajo de los valores récord de noviembre pasado, 8 meses atrás. La duda ya no es si esta economía emparchada “llegará” a las elecciones, sino qué ocurrirá el día después. Sobre todo, cómo se hará para reconstruir los precios relativos sin recurrir al golpe inflacionario o el salto devaluatorio.

La lección de estos años aciagos fue que también Argentina construyó un valor colectivo, forjó una característica en sus actores económicos que sí es un punto fijo, para apalancar el crecimiento, consenso y plan mediante: la resiliencia luego de tantas dificultades y la enorme capacidad parar volver a ponerse de pie, una vez más.