Como si no hubiera un mañana, la oposición en general festeja anticipadamente la presunta derrota del cristinismo en las elecciones. Y ni una pregunta se formula sobre el período que le resta cumplir a la Presidenta hasta 20l5, un océano de tiempo y enigmas. Período para el cual abundan señales, declaraciones y nombramientos del oficialismo, tanto en lo económico como en lo político. Pero el arco adversario evita pronunciarse, como si los acontecimientos de ese ciclo no fueran a marcar el rumbo de la sociedad, la vida misma de los argentinos. Y ellos no fueran, al decir del derecho, partícipes necesarios. Este olvido a sabiendas constituye una evasión política singular. Inclusive extraña que los condenados en apariencia a la desventaja sepan lo que quieren del futuro con más claridad que los eventuales triunfadores.
En lo económico, por ejemplo, la mandataria ya definió roles para el mandato a cumplir: sienta a su diestra a Guillermo Moreno y a Axel Kicillof, convertidos en vicarios de sus dobles intimidaciones a empresarios, banqueros, industriales y comerciantes (o cuanto otro rubro aparezca). No importa si uno es un peronista confeso y el otro vomita al peronismo. Tampoco importa si en algún momento se odiaron y denunciaron, hoy los reúne una causa superior por orden cristinista: quedarse con más cargos (tema en el que el viceministro revela más expertise), suprimir aliados (Marcó del Pont, Lorenzino) y promover más estatización en todos los actos del Gobierno (lo que implica confiscaciones, intervenciones, controles y hasta arbitrariedades como cobrarle menos tasa a los supermercados y más a los exportadores). También superan impudicias: el Banco Nación que premia y financia a Lázaro Báez no alberga solo a ex compañeros odiados de Julio de Vido, como Juan Carlos Fabrega, ahora la autoridad se estaciona en una treintañera codiciada de la escuelita de los no tan tontos que se han mudado sin prejuicios a La Cámpora.
Coinciden estos recién llegados en la radicalización de la economía y en que, justificandose en una eventual ayuda a los pobres, a alguien habrá que sacarle para cubrir sus propios deficits e ineficiencias (del brutal agujero energético a la inflacion incremental). Al respecto abundan versiones osadas. Es que nada alcanza, ni siquiera que suban los precios de la soja por gracia divina o que, en opinión contraria a lo que siempre dijo Cristina, se le imponga un gravamen a las transacciones financieras, la declamada y recurrente demanda opositora que luego el Gobierno utilizará como autoría propia según el relato. Igual a lo que hizo con la asignación universal, propuesta de Carrió y Prat Gay, negada varias veces por Néstor Kirchner ante sus colaboradores porque “no me alcanza la plata”, y consentida finalmente por la multiplicación del reclamo como original de la Patagonia.
En lo político, la obviedad es repetir el acecho a la Corte, sea por ampliar el número de sus miembros o desplazar a los viejos Petracchi y Fayt, olvidando que los seres humanos tienen la edad de la persona que aman (y las compañeras de ambos son sensiblemente más jovenes). O cuestionar el control constitucional por parte del organismo apelando a una idea del difunto asesor de Alfonsín, Carlos Nino, cuando en verdad se busca ese cambio porque anida algún proyecto propio de dudosa constitucionalidad. No será el único temporal para la Justicia, ese instituto ahora sospechado por la Presidenta luego de una década ganada en usufructo.
Los datos indican que el cerrojo presidencial se habrá de clausurar más que oxigenar por una apertura, lo que se prueba con la resistencia a cualquier tipo de cambio en áreas inservibles y en la nómina presentada de candidatos a diputados bonaerenses, un ranking de obedientes que prevalecen por los golpes de fe que se propinan en el pecho. Feligreses, algunos festivos con ellos mismos. Ni siquiera se admite, en la crisis cismática que ofrecen las encuestas, que Cristina dio una vuelta de tuerca al legado de Néstor en la alteración de su política electoral, fundada en las asociaciones corporativas con los gremios ( Hugo Moyano, buena parte de la CGT) y con los intendentes del GBA. Por el contrario, Ella desconectó esos respiradores y no los reemplazó por otros, olvidó una recomendación elemental que un asesor le brindó al monarca británico antes de la Carta Magna y cuando los feudos interiores se volvían belicosos: los hombres más peligrosos son los olvidados. Ni en la Rosada, ni en Olivos, esos barones –del conurbano o gremiales– fueron recibidos a pesar de que manifestaban lealtad, más bien se los postergó, le suspendieron subsidios u obras, les negaron otras y, para colmo, hasta se imaginó reemplazarlos con una cáfila nueva de arribistas.
Ahora se paga el precio. Y Sergio Massa es apenas una expresión de ese fenómeno colectivo. No en vano, antes de la definición de las listas, los intendentes se hablaban entre sí, se consultaban, descubrieron la conveniencia de una defensa común, sea el de Tigre, el de Lomas, el de Berazategui o el de La Matanza (quien, a propósito, elevó su cotización con el Gobierno, dialoga con los disidentes y si llegara a saltar de refugio, le quebraria el espinazo a la Casa Rosada).
Néstor no podría creer lo que ve: si le temía a una junta de Gobernadores decisiva, la misma que él integro en alguna oportunidad que jaqueó o desalojó gobiernos, ahora observaría otro engendro tambien determinante que construyó su mujer: una junta de Intendentes, nuevo poder hegemónico a configurarse luego de las elecciones.
Puede festejar la variada oposición los buenos aires que la asisten desde los sondeos, pero no se observa criterio, discusión o unidad en su núcleo para ubicarse frente al ciclo venidero de Cristina, más radicalizado, estatista, poco tolerante y apartado de lo que el mundo reconoce genéricamente como occidental y cristiano. Ni una palabra hasta ahora sobre esos acontecimientos y si bien es cierto que no hay una sola oposición, el Gobierno ha establecido una esfera tan propia e impenetrable que solo permite la existencia de otra esfera. No varias bolitas que confrontan entre sí.