Me resulta extraño escribir un texto (como éste) sobre un determinado asunto, sabiendo que, a partir del instante en que sea publicado, pasará él mismo a formar parte del asunto en cuestión. Además, en el momento en que lo escribo, no sólo no puedo evitar esa circularidad, sino que tampoco puedo dejar de escribir. La compulsión que me ha impedido imaginar otro tema tiene en verdad algo de anómalo –característica, justamente, del asunto del que quiero hablar. A esta altura y aun sin ayuda de otros indicadores, el lector ya habrá adivinado que se trata del Mundial de fútbol.
Abordar en esta columna un tema que provoca en los medios informativos del mundo entero miles y miles de páginas es una causa perdida: no debe haber ningún otro acontecimiento que merezca más que éste la consagrada expresión “está todo dicho”. Pero la compulsión tal vez se explique porque detrás del descomunal fenómeno mediático del Mundial hay un misterio, una excepcionalidad, que resiste al análisis.
Algunas de las variables que permiten caracterizar su impacto podrían cuantificarse, otras no; pero creo que el Mundial de fútbol, comparado con cualquier otro evento planetario, tiene el valor más alto en todas ellas: 1) volumen de espacio o de tiempo en los medios, en un período determinado; 2) promedio de frecuencia en la conversación cotidiana de los miembros de una sociedad; 3) activación del discurso sobre las diferencias sociales, culturales, políticas, etc., entre las naciones; 4) movilización de las opiniones en todos los niveles de la jerarquía social de cada país (desde el presidente o presidenta hasta el “señor” o la “señora” de la calle); 5) perturbación de la dinámica de muchas relaciones sociales, particularmente del grupo familiar; 6) alteración de los espacios públicos urbanos (circulación, transportes, concurrencia a cafés, restaurantes, etc.); 7) transformación de la imagen del país donde se produce el evento; 8) modificación de múltiples tramas culturales (la moda, la comunicación política, la educación, la literatura, la gastronomía); 9) alteración de los comportamientos comerciales y profesionales en todos los niveles empresarios; 10) producción de anomalías en las relaciones entre Estados (ejemplo: Corea del Norte y Corea del Sur, dos países al borde de la guerra, que participan en el mismo evento sin que haya nada que decir al respecto); 11) transformación (con resultados a veces felices, a veces infelices), de las estrategias publicitarias de numerosas grandes marcas comerciales.
Por razones simbólicas, dejo la lista en 11 variables. Desde un punto de vista calendario, hay dos tipos de eventos que los medios informativos enfrentan: los imprevisibles (como el 9/11 o el derrame petrolero en el golfo de México) y los previsibles (elecciones, aniversarios, conmemoraciones varias). El Mundial de fútbol pertenece a la segunda clase, pero tiene probablemente los valores de impacto más altos en ambas categorías. El único evento que podría superar esos valores es la llegada de extraterrestres a nuestro planeta.
Expresado en variables de impacto, ese es el misterio. Las tendencias de fondo que afectan las relaciones entre los mundos sociales (racimos de espacios mentales) que coexisten en nuestras sociedades modernas, suelen acentuar la divergencia entre esos mundos. El Mundial de fútbol es un operador excepcional, que produce por el contrario una gigantesca convergencia. Uno de mis autores preferidos, Ian Buruma, sugiere una hipótesis retrospectiva: la regresión a las emociones primitivas de la tribu (diario Clarín del 13 de junio).
Yo propongo un interrogante prospectivo: ¿y si en el futuro, como consecuencia de la mutación tecnológica de la comunicación en las últimas décadas, se multiplicaran estos poderosísimos efectos, generadores de valor agregado en múltiples dimensiones y transversales a las instituciones tradicionales de los Estados modernos (sistemas políticos, corporaciones, organizaciones internacionales, uniones regionales varias)? El Mundial sería entonces una especie de antecedente histórico de ese futuro. En este contexto prospectivo y hasta nuevo aviso, la FIFA es la entidad mediática más poderosa del planeta.
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.