COLUMNISTAS

Geronticidas

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Dicharachera, filosa, dinámica y cimbreante, la Presidenta lo dijo sin titubear. El problema son los viejos casi centenarios que no terminan de irse, ametralló. Puso como ejemplo de senectud inaceptable la permanencia de Don Carlos Santiago Fayt en la Corte Suprema de Justicia. Sus hirsutos seguidores recibieron la bajada de línea. No le fallaron. Así, en la tarde del miércoles 26 de junio un grupo de performistas puso en escena, en un show organizado por el Gobierno ante el Palacio de Tribunales, un ominoso y canallesco espectáculo. Extrañamente acelerados como parece ser habitual en ellos, varios centenares de seguidores del Gobierno se reían a carcajadas ante el ingenio de los actores caracterizados como jueces de peluca blanca y atuendo monárquico.

Una nueva batalla por la “democratización” de la Justicia estaba siendo librada esa tarde, incluyendo una escena de vileza poco común. Los “jueces” interpretados por los performistas oficiales hablaban babeándose y apenas se movilizaban, penosamente, en andadores. La pequeña y disciplinada muchedumbre gozaba con intensidad ese ataque despreciable a gente vieja. Odio gerontológico, nueva versión del encono visceral que las patrullas oficiales profesan por todo lo que no se acomoda a sus delirios de perpetuación en el poder.

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Nadie se detuvo a pensar si estaba bien lo que hacían. No hubo una voz madura y cautelosa que les advirtiera a los energúmenos que mofarse de los gerontes por las precariedades que conlleva la edad avanzada, era una ignominia en sí misma, al margen de equivaler a un balazo disparado por ellos mismos contra sus propios genitales. Las razones son evidentes.

Estela Barnes de Carlotto cumple 83 años dentro de pocas semanas. Hebe Pastor de Bonafini marcha hacia los 85. Lidia Stella Mercedes Miy Uranga, (Taty Almeida), acaba de cumplir 83. Nora Morales de Cortiñas ya va rumbo a los 84. Edades parecidas deben registrarse en mujeres como Evel de Petrini, Celia de Prósperi, Hebe de Mascia, Mercedes de Meroño, Josefina de Paludi, Juana de Pargament, Claudia de San Martín, Josefa de Camarotti, Elsa de Mansotti, Rosa de Fiori, todas ellas más bien ignoradas Madres de Plaza de Mayo.

Todos envejecimos y seguiremos envejeciendo. Nos deterioraremos. Nuestra memoria se irá esmerilando y nos traicionará con frecuencia. Nuestro paso firme dejara de serlo. Tendremos temor a caernos y nos intimidarán los empellones prepotentes de los violentos. Nos agitaremos al encarar algún esfuerzo físico que antes superábamos con gracia y arrogancia juveniles. Otros malestares y contrastes deberemos ir capeando. Nuestra continencia ya no será tan prolija. Nuestra luminosa alegría de antaño irá siendo reemplazada por una a menudo taciturna resignación. Envejeceremos, siempre que no muramos jóvenes y aún enhiestos.

Vivimos en la Argentina una época en la que la mujer que conduce al país presume de no tener canas y de carecer de arrugas demasiado notorias. Resuelta a ser joven por siempre, agita unas extensiones capilares que les deben dar envidia a las amigas de su hija veinteañera. Ha decidido que el tiempo no existe. No para ella al menos. Más allá de las re-reelecciones, se creyó lo del “Cristina eterna” con que la sedujo Diana Conti. En su gobierno no hay viejos. Los viejos son para ella, por viejos, desagradables, sobre todo si son viejos tan jóvenes como Fayt.
Una incisiva película de Rodolfo Kuhn, estrenada en 1962, Los jóvenes viejos (con María Vaner, Alberto Argibay, Emilio Alfaro, Jorge Rivera López, Marcela López Rey y Graciela Dufau), aludía a la vejez emocional incurable de personas biológicamente jóvenes. En cambio, y en un sentido diametralmente opuesto, cabe hablar en la Argentina de ejemplares viejos jóvenes. Fayt es uno de ellos, aunque la propaganda regimentada del oficialismo, calcada sobre la silueta pintorescamente juvenil de la primera mandataria, apunte a descalificar a los viejos como categoría.

¿Padeció ausencia de modelos paternales en su juventud? Quién sabe. El respeto y el cariño por los mayores se enseñan y se aprenden. Es puro desarrollo de la inteligencia emocional, valores y convicciones que sólo anidan cuando son modeladas con la blanda arcilla de la juventud. Por eso, el deprimente espectáculo del 26 de junio en Plaza Lavalle fue, a la vez, una foto expresiva de los tiempos instaurados, tras una década de pertinaz retroceso ético en la Argentina. Alguien dijo que los dos millares de fanáticos transportados a Tribunales esa tarde, daban la foto de un acto en una plaza céntrica de Teherán, con esos muñecos enarbolados como presas cazadas por la policía política, efigies de quienes acababan de ser “ajusticiados” por el régimen.

El kirchnerismo tiene una inveterada pasión por el sainete. A comienzos de su gestión en la Casa Rosada, Néstor Kirchner le pidió a su valedor Alberto Fernández que le organizara una “fiestita” con Marcelo Tinelli y su troupe, incluyendo la filmación en interiores, con Kirchner, Fernández y Felisa Miceli, de una serie de sornas y “cargadas” contra Fernando de la Rúa y el gobierno de la Alianza, del que muchos kirchneristas, sin embargo, fueron empinados jerarcas.

La celebración de esta semana es coherente con esta trayectoria, incluyendo hechos como los “vatayones” militantes y miembros de la Corte que alquilan sus departamentos a usos prostibularios. Cautivados por una Presidenta for-ever-young, los camporistas de la Justicia “legítima” se mataron de risa de los viejos. Hay que esperar. Ya la vida los va a alcanzar.

 

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