Los debates en torno a la idea de meritocracia impactan de forma brutalmente directa en el presidente Alberto Fernández, ya que interrogan por su origen y mérito. Quien revise por su merecimiento para llegar a la candidatura a presidente no encontrará más que los detalles en su exterior, registrados en un video en redes sociales por quién definió su nombramiento, haciendo estallar al universo político en pedazos que todavía se recogen. Cristina fue su madre rica, ofreciéndole una oportunidad esplendorosamente única y dejando a otros posibles candidatos peronistas sin chance de acceder al puesto. Diferencias de clase, en formato político, son las que explican las oportunidades de unos, y los bloqueos y límites a otros, ya que la igualdad imaginada es una hermosa utopía a la que nadie, en realidad, quiere acercarse.
El rechazo al concepto de meritocracia, utilizado por el macrismo, sostiene la idea de la denuncia en relación a la posibilidad individual como destino superador de una persona. Sus oponentes señalaban que eso naturalizaba las diferencias sociales a cuestiones de voluntad personal, ocultando que bajo situaciones de extrema desigualdad, poco tiene el mérito para ofrecer. De cualquier manera, para ambos casos, la igualdad es una obsesión. O bien es un origen del que potencialmente se puede partir, o es un destino al que llegar, sin permitirse que la diferencia asuma algún rol recurrente y productivo.
La diferencia, en realidad, es el protagonista absoluto y recurrente del modo en que la sociedad puede reproducirse. La sociedad no tiene otra manera de ofrecer enlaces y secuencias de operaciones sociales más que con diferencias que vinculan y abren la necesidad de nuevas diferencias. Todas las operaciones económicas, por ejemplo, se basan en la introducción de diferencias (alguien compra algo a través de un pago) y cada acción interviene sobre un mercado al que no lo deja igual que antes, ya que ese producto fue adquirido, pero sin modificar por ello al mercado mismo. Quien posee dinero debe decidir si lo utiliza, y su utilización o no utilización tiene impacto justamente como modificación diferencial.
La política ofrece también su secuencia de diferencias con decisiones. Y el Banco Central, por mencionar un caso rutilante, acaba de ofrecer un ejemplo de eso mismo esta semana. La restricción de dólares disponibles para su compra en el mercado, la quita de puntos de coparticipación para la Ciudad de Buenos Aires o la extensión del aislamiento obligatorio pueden ser presentadas como decisiones cuyo objetivo sea el de generar mayor igualdad en diversos aspectos, pero no tienen otra manera de ofrecerse, paradójicamente, que como una nueva diferencia que reglamenta una modificación en el mundo. La búsqueda de igualdad no puede realizarse sino con diferencias.
De manera creciente, la política se despliega en forma de conflicto con un eslogan del Gobierno de fondo con la frase ya decorativa de “Argentina Unida”.
Esa frase recuerda a una de las misiones que se adjudicaba Macri, como horizonte, cuando insistía en que deseaba la unidad de los argentinos. Evidentemente la unión como idea ha sido muy fructífera para sostener la confrontación entre partes, que se culpan del fracaso de ese objetivo por la malicia presente del oponente. En una reciente carta, los infectólogos que celebraban la gestión de un presidente, que decían colocaba a la salud por encima de la economía (a diferencia del anterior, que haría lo contrario) piden que las diferencias políticas, que ellos mismos remarcaban, no “comiencen a enturbiar la política sanitaria”. Nadie interviene en el sistema político sin quedar atravesado por las mismas diferencias que lo definen.
En el modo de cómo se establecen hoy las diferencias desde el sistema político hay algo grave y se vincula a lo insustancial. Si bien se toman decisiones que reglamentan procesos, porque de eso se tratan las decisiones desde la política, ya que son vinculantes, estas logran actualmente un nivel de respeto dudoso. El dólar tiene un valor oficial, pero el mercado valida al blue como referencia; el Estado decreta un aislamiento obligatorio que cada vez se cumple menos, aunque insiste en otorgarle validez legal. Esto significa que las diferencias que se introducen en la reproducción social solo tienen la formalidad de ser una opción diferencial, pero sin cumplir como determinante de lo posible o lo no posible. Bajo estas condiciones se produce una escenificación de diferencias de bajo poder productivo.
La resolución de esta apertura incesante de conflictos es reemplazada por momentos reflexivos en los que el Presidente incursiona de manera recurrente en procesos de oratoria, sea en una fábrica o en un acto sobre conectividad. El 2020 podría catalogarse como el año de las filminas, en representación del período de tiempo en que el primer mandatario reemplazó la ejecución del poder y la influencia sobre la burocracia por las clases presenciales y virtuales sobre la problemática argentina. Apunta con el dedo en un gesto más que recurrente, aumenta el volumen de la alocución y dispara contra los que ofrecen visiones contrarias en detalles acusatorios, para exponer las características de un perfil al que las opiniones de enemigos son representadas como estupideces o equivocadas, porque a las diferencias se las produce, pero no se las acepta.
El proceso político que buscó reemplazar la especulación financiera por un sueño productivo desarrollista ofrece un gobierno de bajo nivel fabril en términos políticos. Abre proyectos, diseña líneas de producción acusando a los administradores anteriores de intencionalidad maligna, pero no logra convertir lo que sueña y explica en un producto rentable, acabado y atractivo para el mercado.
En este contexto, como en la Unión Soviética o con el franquismo, parece mejor ir al mercado negro, donde se consiguen los productos que el Estado hace de cuenta que no existen.
*Sociólogo.