Es interesante que la experiencia política que describió a su enemigo electoral como “la derecha” esté siendo el vehículo institucional para que un Ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires se exponga en redes sociales como un guerrero armado y justiciero.
Para el mundo que ese personaje representa, los indicados como delincuentes son seres despojados de sus condiciones de surgimiento. No hay historia ni genealogía que los ubique como la consecuencia de procesos sociales complejos, ni detalles sobre el accionar de las fuerzas de seguridad.
El Frente de Todos pudo así desplazarse, desde el gobierno de los científicos y progresistas de izquierda, al de los guiados por la aplicación del garrote, para demostrar que la utilización de criterios ideológicos no es la mejor herramienta para describir procesos dentro del sistema político. Hay algo en el devenir social que merece mayor especificidad.
Quien se ponga en la tarea de encontrar diferencias ideológicas en la sociedad podrá ser exitoso de manera muy veloz. Las miradas sobre la pobreza, el uso de las fuerzas de seguridad o el casamiento entre personas del mismo sexo pueden exponer perfiles identificables en las bases electorales de las fuerzas políticas, cuyos conceptos serán exagerados para hablar en campañas electorales, intentando describir un mundo aparentemente ordenado en el que ideas y acciones sean el perfecto reflejo de una forma de operar.
El Gobierno parece disperso y apelando a ocuparse de un tema y luego de otro, sin que exista un centro regidor que explique sus orientaciones
Sin embargo, la evidencia de la vida cotidiana reposa como contraste de esa descripción: las operaciones de la vida real no guardan una perfecta coherencia con las ideas que se postulan y por lo tanto, al no ser precisas como elemento descriptivo del hacer, muestran su limitación como herramienta de análisis.
Esa distancia entre operación y conceptos ideológicos es generalmente tratada bajo el rótulo de incoherencia y señalada como voluntaria y maligna. Los buenos son los que no cambian y los perversos aquellos que rotan sobre sus bases. Con esa aplicación esencialista y acusatoria se ocultan limitaciones serias a la operación social, aunque sirve como atajo para describir a los enemigos y como problema serio para exponer los casos propios.
Los procesos en política pueden obtener mejores explicaciones en las urgencias diarias, algo que cobra forma en relación a tres elementos.
Uno es la capacidad de quien lidera la toma de decisiones de lograr que esas decisiones sean asumidas como válidas y ejecutadas por aquellos que las reciben. Esto en las ciencias sociales recibe el nombre de poder. Tiene menos problemas quien logra imponer una obligación de acción, sea de derecha o izquierda (incluso un día de derecha y otro de izquierda) siendo poderoso o poderosa en ambos casos.
En segundo lugar, la evolución de la sociedad moderna ha creado de manera diferenciada lo que conocemos como sistema político. Todo lo que allí sucede se organiza a través de una forma con dos lados, en el que se ocupa el lado del gobierno o el de la oposición. Y todas las operaciones van a depender de qué lugar se encuentre quien acciona. Esa condición situacional es tan contundente que ninguno hace nada sin evaluar lo que el otro lado podría responder o aprovechar.
Un tercer elemento es la híper sensibilidad a la opinión pública, la que definirá cada cuatro años la continuidad o el cambio de lado en ese código binario.
La aplicación de estos tres componentes brinda mejor explicación al devenir de los gobiernos que los aspectos ideológicos, sobre todo porque permite poner los ojos en el presente como condicionante de las operaciones. No es lo que se piensa: es lo que se puede hacer dependiendo de las circunstancias. Y los gobiernos son exitosos cuando, sobre cualquier condicionamiento, consiguen imponer algún nivel de influencia.
Los debates sobre Vicentin o la reforma judicial expresan la relevancia de la dinámica de la opinión pública, las voces opositoras y la capacidad de imposición o no de una reforma. El poder de Alberto Fernández se mide por su éxito en lograr convertir sus iniciativas en acciones de otros y no por la calidad ideológica de sus propuestas.
La demora en poner a debate la ley de legalización del aborto se explica por los momentos del año y no por su acuerdo ideológico. Y la marcha atrás con Vicentin es explicada por la ausencia del público en las calles y no por una idea sobre el rol del Estado en la economía.
El camino del Presidente en el proceso del Covid-19 ofrece también en las decisiones de la pandemia una rotación obligada por las circunstancias del presente. Transita desde la dicotomía ideológica (así fue presentada) entre la vida o la economía, hacia la apertura obligada al final de ese proceso, justamente por las condiciones económicas desoladoras.
El mismo protagonista camina en 150 días desde el fundamentalismo a la aceptación de las circunstancias. Nadie puede escapar a las opciones que el presente siempre le ofrece entre lo actualmente dado y lo que podría ser posible.
Por estos días, el Gobierno parece disperso y apelando a ocuparse de un tema y luego de otro, sin que exista un centro regidor que explique sus orientaciones en las operaciones. En esto se va el poder, porque sus decisiones pierden influencia, la opinión pública lo cuestiona y la oposición hace esfuerzos por unificar su capacidad de daño. Sus ideas pueden ser las mismas, solo parece que con el tiempo empiezan a importar un poco menos. Igual que a Sergio Berni.
*Sociólogo.