El saber científico se ocupa de determinar aquello que puede considerarse como verdadero. Esta misión es algo único del mundo moderno, ya que solo ellos y nadie más, poseen métodos considerados válidos para llegar a las verdades sobre la base de investigación. A su vez, quien demuestra entre pares haber logrado algún descubrimiento, obtiene la posibilidad de publicarlo en revistas prestigiosas que pondrán a esa investigación como el estándar correcto y asumido para diferentes aplicaciones. La verdad, es decir la existencia de la validación de algo como verdadero, y en esto reside su relevancia sociológica, se coloca entre las partes posibles de la interacción como un elemento incuestionable para el fluir de la comunicación, en especial en las ciencias denominadas como ciencias duras. En una conversación entre dos médicos puede argumentarse que debe hacerse una angioplastía a múltiples vasos en infarto porque una reciente publicación demuestra que disminuye la mortalidad o que ya no es beneficioso utilizar aspirina en prevención primaria. Conocimientos también considerados verdaderos, diez años atrás, habrían recomendado algo diferente, exponiendo a su vez que la verdad no es un final, sino un proceso que se actualiza bajo sus propias reglas. Así, la verdad, que promete precisión en este mundo, anulación de la incertidumbre y desaparición de la controversia, se muestra siempre con un capítulo nuevo por venir. La verdad, como un medio de comunicación, resuelve la complejidad de una conversación y aunque se modifique, orienta diálogos o establece acuerdos, entre científicos, por un tiempo determinado. En política, la idea de verdad cumple un rol completamente diferente, y no opera como ordenador de las conversaciones, sino como combustible para el conflicto. Nadie hace política con la verdad.
Con el Covid-19 los procesos de rotación de la ciencia se muestran con mayor velocidad. Esta semana 239 científicos alertaron a la OMS sobre la posibilidad de transmisión del virus por aire, exponiendo una novedad que el mismo organismo terminó reconociendo. En algún momento el tapaboca no era necesario, para luego ser un ropaje más en todo el mundo, y las pruebas de medicamentos, tratamientos y vacunas, ofrecen casi a diario novedades sobre posibles verdades. A pesar de su corta duración, la ciencia tiende a construir, por lo menos en períodos muy breves, verdades que son aceptadas dentro del sistema. Por el contrario, la introducción de verdades en el sistema político no produce en general el mismo efecto, y son allí tan relevantes las verdades como las sospechas, ya que todo se orienta hacia el sostenimiento de su conflicto central basado en la batalla entre gobierno y oposición.
Para la política, la verdad será solo ajustable a la viabilidad para contarla. Quienes gobiernan evalúan constantemente el tratamiento que se pueda hacer o no de las verdades de su gestión o el país y se cuidará de que una verdad no sea utilizable en su contra por parte de la oposición o que se exponga en los medios de comunicación. Lo que es sencillo de aceptar para la OMS, es impensable para la política nacional, ya que no se trata de una publicación en una revista científica, sino de la posibilidad de pérdida o de ganancias de votos o apoyo en las encuestas. No es importante la verdad, sino el poder. Con el caso de la muerte de Fabián Gutiérrez los reclamos por la verdad no se abultan sobre criterios científicos, sino sobre sospechas impulsadas por la oposición en suposiciones veloces sin espera de tiempo. Cuando la oportunidad política surge, como la noticia para un medio, no se puede esperar. La grieta es una operación propia del sistema, no un deficit argentino.
En las ocasiones que la ciencia ingresa en la política, la “verdad” se convierte en una suerte de uso de sus posibles cantidades, exponiendo que en ciertas condiciones, esos dos mundos adquieren formas específicas de vinculación. Los expertos médicos que asesoran al gobierno de Alberto Fernández combinan de manera interesante sus recomendaciones basados en una articulación entre saber e incertidumbre. Como expertos aseguran no saber sobre el Covid-19 dada su novedad, de modo que hacen ingresar al proceso de decisiones precauciones basadas en la incertidumbre de la certeza. Los que se oponen a la extensión de la cuarentena exponen datos, también como expertos, que consideran suficientes para revertir decisiones. Surgen datos sobre movilidad, evaluaciones sobre el rastreo de casos e indicadores económicos como ejemplos de que existe la información para tomar medidas diferentes. En un caso el acento se coloca en que falta información, en el otro en que ya es suficiente, y los expertos aparecen en ambos lados. El colocar situaciones del tipo a favor/en contra parecen convertir al conocimiento científico en terreno de disputa en los casos que el Estado debe tomar decisiones. Los expertos se politizan y convierten a las evidencias en suficientes o escasas, de acuerdo a las posiciones que en ese esquema deban asumir.
Las sucesivas decisiones de extensión de cuarentena no pueden comprenderse por aportes de la ciencia. La política va también haciéndose dependiente de su misma cadena de resoluciones y a mayor secuencia en un sentido, más necesidad de sostenerla. La ciencia mientras tanto investiga para llegar a una vacuna que permita que el sistema político se tenga que ocupar de decisiones nuevas que requieran, otra vez de la incertidumbre de los científicos, para asegurar sus lineamientos basados en el uso recurrente del desconocimiento.
*Sociólogo.