Muchas veces desde estas mismas páginas critiqué al gobierno kirchnerista por su concepción de la política, o sea, por entender que ésta consiste en la implementación de una ideología. Las ideologías –ayer totalitarias, hoy “lights”– son un legado agonizante del siglo XX. Al imperio de ellas se consumó una criminalidad sin precedentes cuyos paradigmas fueron Auschwitz y el Gulag, experimentos catastróficos que Hannah Arendt intentó conceptualizar con su teoría del “mal radical” y con sus posteriores observaciones sobre la “banalidad del mal”.
Pero que la política se libere de la dominación de la ideología, desplegando así su esencia propia, no significa que deba o pueda prescindir de las ideas, de pensamientos orientadores. Durante la campaña electoral Mauricio Macri exhibió un interesante bagaje de ideas, al apelar a las energías positivas y creadoras de nuestro pueblo o, mejor dicho, de cada uno de sus integrantes. Exhortó a dejar de lado enfrentamientos estériles –efecto ineludible de las ideologías– y a trabajar unidos para sacar al país de su postración.
A poco andar esas bellas propuestas se esfumaron para abrir paso a un economicismo miope e insustancial conforme al cual sólo se escucha hablar de déficit fiscal, ajuste de las tarifas de los servicios públicos, inflación, recesión, reactivación, endeudamiento, inversiones, blanqueos, obra pública, índices de pobreza y desocupación y una larga lista de etcéteras. Consecuentemente, hemos visto reaparecer en los medios de comunicación una nutrida cohorte de economistas, a favor y en contra de las políticas económicas gubernamentales, pero sin ir nunca más allá de los límites de su disciplina, de cuya legitimidad como ciencia autónoma y fundante es lícito dudar. Y lo es porque el ser humano no se reduce al cuerpo y sus necesidades; su vida no se agota en comer, vestirse, tener vivienda, asfalto, cloaca o luz eléctrica sino que además piensa, desea, ama, sueña, quiere, gusta de ciertas cosas y repudia otras, en suma, tiene alma. Superfluo aclarar que al decir “alma” no me refiero a nada evanescente situado vaya a saber dónde, sino al psiquismo humano. Y es precisamente éste el que durante el largo año transcurrido no encontró alimento alguno, más allá o más acá de los beneficios o las penurias económicas del caso.
El gobierno del PRO es un gobierno sin pensamiento, tan incapaz de generarlo como de comunicarlo. Yo creí que nunca más oiría la expresión “pesada herencia”, tan repetida como gastada pero, sin embargo, ha sido quizá la frase predilecta de los funcionarios en 2016. No basta con semejante invocación ni tampoco con los esfuerzos ingentes de los empleados del Grupo Clarín por denunciar, una y otra vez, hasta el hartazgo, la corrupción kirchnerista. Poco a poco deja de surtir efecto. No porque no haya existido, claro está, sino porque el alma no satisface su apetito con las aberraciones del pasado. Necesita estímulos hacia el futuro, pues el porvenir es su dirección natural.
Con lo dicho no quiero que se entienda que todo lo que ha pasado en este primer año del gobierno de Cambiemos sea malo. Se empezó a recuperar ese elemento central de la política no contaminada ideológicamente que es el diálogo, con todo lo que implica, a saber, negociación, acuerdos coyunturales, disidencias clara y civilizadamente establecidas. Por su parte, los medios de comunicación estatales muestran una apertura que hace muchos años habíamos perdido de vista. No obstante el diálogo debe profundizarse, trascender los compromisos o coincidencias puntuales y encaminarse hacia una reflexión más profunda sobre el destino del país.
Por ahora el Gobierno tiene tiempo. Lo favorece la fragmentación y el desconcierto del peronismo, tan incapaz de alejar de sus filas a Cristina Fernández como de repensarse, de rescatar su ideario original. Pero el macrismo debe recordar que el hombre tiene alma.
*Filósofo.