Que el Torneo Final de fútbol se llame “Nietos recuperados” es algo que no me convence del todo.
Muchos vivimos cada partido de fútbol como si fuese una verdadera tragedia, un asunto de vida o muerte. Por supuesto que sabemos que no lo es, no es que no nos demos cuenta de que las cosas graves en la vida son otras. Entonces, ¿por qué nos ponemos así? ¿Por qué un gol nos colma y hasta nos desborda de dicha?, ¿por qué un tiro que pega en el palo y sale nos hunde en atroces amarguras? No es que el fútbol nos ponga tarados (disiento en esto con Sebreli). Es que decidimos dotarlo de ese carácter absoluto que permite que ciertas ficciones (un juego, una novela, una película, una religión) alcancen una intensidad completa. Que parezca que no existe nada más en el mundo, que eso pueda vivenciarse como un todo.
Pero si justo en ese momento nos sacan el tema de los nietos recuperados, el efecto se pierde sin remedio. Porque la de los bebés robados durante la dictadura militar es una auténtica tragedia, una tragedia de verdad. Y lo es la condición intolerable de las personas que, apropiadas en su momento, ignoran hasta hoy, por pura violencia, cuál es su historia y cuál es su identidad. No hay nada que se compare con la lucha que las Abuelas de Plaza de Mayo vienen llevando adelante desde hace años.
Muy bien, ya está: la tarde de fútbol se ha estropeado. El partido empieza, ¿qué nos importa? Un gol en contra, un penal que se cobra y que no fue, ¿qué importancia tienen, quién puede hacerse problema por eso? Se dirá que si el campeonato lleva ese nombre, es para que los hinchas, de paso, tomemos un poco de conciencia. Es decir que lo que suponen, defensores de lo popular como dicen ser, es que conciencia es lo que nos falta, que el fútbol por sí solo nos embrutece y precisa complementos pedagógicos, que el que sabe lo que es una tragedia no lo olvida ni por un minuto, y mucho menos por noventa.