Las últimas unidades de soldados británicos que quedaban en la región de Basora dejaron Irak. Permanecieron hasta el final 4 mil hombres y mujeres de una fuerza de 48 mil enviados luego de la invasión, en marzo de 2003. Retirarse no es un problema para los británicos. Lo hacen con mucha dignidad. Han tenido que retirar sus tropas de tantos lugares a lo largo de siglos de historia imperial. Antes de salir se leyeron los nombres de los 179 caídos en combate y la conclusión más o menos aceptada es que la tropa tuvo buen nivel profesional, salvo algunos incidentes lamentables.
Pero la historia quizá no sea muy generosa con los británicos. La ocupación se inició con premisas falsas y los ejércitos participantes siempre sufrieron de un vacío de seguridad. La imposibilidad de cubrir el país llegó a tal punto que mucho patrullaje se delegó en milicias asesinas. Habrá que considerar qué sucede ahora con los iraquíes que no tienen más remedio que permanecer en su tierra. El gobierno británico ha ofrecido residencia en el Reino Unido a un número limitado de ex intérpretes y otros funcionarios públicos que estaban expuestos y fueron empleados durante al menos 12 meses. Para otros hay dinero para facilitar su reinstalación en otra parte de Irak o su mudanza a otro país.
Esto puede parecer justo y hasta generoso, pero va a ser altamente restrictivo dado que no es posible abarcar a todos los afectados. La conclusión inevitable, y lamentable, es que muchos iraquíes que ayudaron a los británicos van a ser abandonados a su suerte (para los que trabajaron con los norteamericanos habrá que ver qué políticas instala Barack Obama cuando comience el retiro de tropas, pero para eso falta por lo menos un año). También hay que pensar en las casi innumerables familias iraquíes destrozadas por el fuego cruzado a medida que la tropa se iba retirando. La mirada de los sobrevivientes probablemente no sea muy amable. Ahora comienza la labor de los políticos y los diplomáticos, que pocas veces ofrecen respuestas adecuadas.
*Ombudsman de PERFIL.