Superados enconos preelectorales, se vuelve un deber agradecer a la presidenta electa que haya ganado. Yo, que ni la voté ni me arrepiento de no haberla votado, no me arrepiento de este deseo de agradecerle a ella, sus Lear Jet alquilados y sus periplos internacionales subvencionados tanto como a su figura y elegancia que han de haber operado sobre la voluntad ciudadana.
La coalición que postulaba a la otra se ha roto en trocitos que se autoimpugnan cruzándose acusaciones de ultraderechistas, gorilas, neo K, liberales, zurdos, serviles de la jefa y traidores a la jefa. Asusta imaginar lo que provocaría semejante vorágine de hostilidades si la Coalición estuviese en vísperas de instalarse en el Estado sin un esposo presidente que le ordene la tropa y le componga los ministerios.
Pero no hay nada que temer. La casa del Estado está en orden, de modo que la presidenta, no bien asuma, podrá desearle feliz Navidad a todos y, emulando a don Juan Carlos, reclamarle a su ministro Aníbal Fernández un por qué no te callas y te olvidas del hijo de Macri.
Saben que Macri no podrá manejar la ciudad con el veto de los Kirchner, pero no ignoran que la presidenta no puede gobernar la Nación sin la ciudad de Buenos Aires.
Vienen meses de semblanteo y convivencia pacífica con los dos varones mirando al 2011, la Dama en su sillón y la ciudad vigilando las promesas macristas y tabulando las incumplidas a causa de la obstinación del Estado nacional, y las atribuibles a su propio equipo, del que anuncian que, aunque no tenga policía ni bomberos, está armado de una mística de la gestión. Algo es algo.