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Estados Unidos y China

Grandes promesas, pero escasos avances concretos

En su primer viaje a la región asiática, el presidente norteamericano Barack Obama consiguió renovar las relaciones de su país con la región. El presidente se posicionó como un hombre que comprende a la región y sus intereses, que se encuentra dispuesto a consultar y abierto a negociar en un pie de igualdad cuando haya divergencias.

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En su primer viaje a la región asiática, el presidente norteamericano Barack Obama consiguió renovar las relaciones de su país con la región. El presidente se posicionó como un hombre que comprende a la región y sus intereses, que se encuentra dispuesto a consultar y abierto a negociar en un pie de igualdad cuando haya divergencias. La actitud de respeto y la búsqueda de ganancias mutuas fue muy bien recibida en Asia. En una cultura política valora las relaciones de largo plazo, es un dato que facilitará la construcción de “confianza mutua estratégica” en la relación. Pero aunque la figura del presidente Obama tiñe todos los eventos de un halo de renovación, ésta fue una visita de lo más tradicional.
El comunicado final conjunto está en sintonía con las relaciones entre China y los Estados Unidos de los últimos treinta años: grandes promesas de continuar negociando y expresiones de cooperación; pero escasos avances concretos. La gravedad de los temas de la agenda bilateral demanda medidas reales más que retórica inspiradora. Tanto en el frente financiero como en el climático, no habrá soluciones posibles sin un acuerdo creíble entre China y Estados Unidos.
Con respecto a la crisis, se alabó la recuperación económica y se soslayó la necesaria discusión sobre las causas que explotaron a fines de 2008. Existe un desbalance estructural global, causado por los déficits presupuestario y de cuenta corriente norteamericanos y el superávit comercial y la acumulación de reservas (en dólares) por parte de China. Estados Unidos debe aprender que no es posible ser un consumidor a cuenta y el gigante asiático comprender las limitaciones del modelo de crecimiento liderado por las exportaciones. Pero en vez de asumir los problemas propios, se acabó en un juego de culpas mutuas y una estéril discusión sobre el valor del yuan. Aunque la moneda china se apreció un 21% frente al dólar, entre 2005 y 2008, el tipo de cambio permaneció fijo ante una divisa norteamericana debilitada. Mientras otras monedas como el won coreano o el real brasileño se apreciaron 36 y 42%, respectivamente frente al yuan, Hu dejó en claro que su país ajustará el valor del yuan cuando lo considere necesario. Es claro que cualquier cambio en la política monetaria no será decidida por el Banco Central sino por el Consejo de Estado. Más importante aún, demostró que tiene la capacidad para sostener esa postura frente al reclamo conjunto del Tesoro norteamericano, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo. Poco importa si la revaluación del yuan es un argumento norteamericano para una devaluación indirecta del dólar, si las bajas tasas de interés en Estados Unidos fomentan el carry trade inflando los precios de los activos globales o si la laxa política monetaria china generará burbujas en los sectores inmobiliario y financiero. Nada se ha avanzado en este punto

Aunque el comunicado reafirma la voluntad de renovación de la arquitectura financiera internacional, no parece haber demasiada voluntad política para avanzar en una fuerte reforma de los organismos internacionales que la gobiernan. Redefinir el rol, objetivos y financiamiento del Fondo Monetario Internacional –en especial el sistema de vigilancia financiera para evitar nuevas burbujas– implica concesiones que ninguno parece dispuesto a ceder. Sin un imperativo estratégico ordenador, la intensificación de la competencia favorecerá los reclamos de sectores proteccionistas en ambos países, generando cuñas divisivas que harán a la relación creciente presa de la coyuntura.
En cuanto al cambio climático, la creación de un régimen para salvar al planeta está paralizada por intereses particulares en ambas naciones. En Estados Unidos, los lobbies domésticos (ambientalistas y empresas “verdes”) no tienen suficiente voz ni poder para reconvertir la economía.
El liderazgo chino, por su parte, no tiene incentivo alguno para reducir sus emisiones, ya que su supervivencia política depende del mantenimiento de los niveles de vida de la población. La solución real se retrasará, pero las consecuencias ecológicas no.
El renovado poder de China quedó en evidencia en la visita de Obama, quien demostró flexibilidad para adaptarse a la nueva realidad internacional.
El interrogante, que no es evidente, pero sí crucial, es el próximo movimiento, que debe hacer China, al decidir de qué modo utilizará su ascendencia global. Como dicta el canon de los superhéroes: “Con gran poder, viene gran responsabilidad”.
En este proceso dinámico, Estados Unidos y la República Popular son –como lo describe el gran sinólogo David Lampton– dos escorpiones en una misma botella: condenados a encontrar una manera de convivir sin matarse o a fulminarse mutuamente, llevándose en este caso con ellos al planeta entero.

*Doctor en Relaciones Internacionales, Johns Hopkins University.

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