El ejemplo de Grecia es único porque, pudiendo elegir, dice basta a una Unión Europea con cirugía social que en los últimos siete años no le ha dado más que disgustos a su pueblo. Siete años desde que en España el PSOE y el Partido Popular emprendieron el ajuste del siglo, negándose a rescates para evitar que una auditoría delatara la corrupción de todos los niveles de la burocracia hispana, lo que agravó el efecto de la transferencia de riqueza sin anestesia de la sociedad hacia los bancos y el Estado.
La razón, entonces, para no plebiscitar el curso leonino de la futura economía era que el mandato conferido en elecciones bastaba. Argumento que hoy los mismos le impugnan a Grecia, en las antípodas en el modo de tratar su pasivo, por la osadía de sacar los pies del plato de la UE. Un doble estándar que le niega la chance de ejercicio soberano de gestión de su deuda: cuando no hay un límite interno, entonces se pone afuera. Pero el ninguneo a la sociedad se paga: Podemos surge del movimiento de indignados, en un escenario marca PP que haría sonrojar al “Mingo”, donde la ejecución de una hipoteca no cancela deuda. Syriza es hija de la destrucción a tajadas del estado de bienestar, con ley antidesahucio (cortesía de la socialdemocracia de Papandreu) pero con maestros y médicos que, si tienen trabajo, ganan menos que un cajero de supermercado alemán.
Ambos interpelan a los ingenieros financieros de una UE para pocos: si los beneficios del crédito para una nación se distribuyen de modo socialmente desigual al interior de la misma, ¿por qué los pasivos habrían de hacerlo igualitariamente, o, peor aun, recayendo sobre los hombros de los que menos tienen? ¿Por qué los mismos que se rasgan las vestiduras toda vez que un gobierno nacionaliza una empresa naturalizan la nacionalización de la deuda? Syriza desmitifica el argumento de la subordinación de una agenda soberana a la preservación de la UE: ¿preservación a qué costo? ¿Y de cuál UE se habla? La que surge de los manuales de gestión de la crisis en los escritorios de Bruselas tiene poco que ofrecer más que una concentración formidable del capital, que atenta contra sus principios fundacionales de democratización progresiva y se parece ya en nada al faro que en el amanecer del siglo iluminó una alternativa al capitalismo salvaje a la americana.
El camino es incierto para un país cuya prosperidad nunca se correspondió con la capacidad productiva de su economía; la ganancia de autonomía decisional puede ser eclipsada por los costos violentos de una salida de la Eurozona. Pobre y de enorme dependencia energética, la competitividad ganada a fuerza de un dracma devaluado que multiplica su deuda podría resultar muy poco en medio de una UE temerosa de un mal ejemplo. Aunque quizás ese mismo temor sumado al del coqueteo estratégico con Rusia, solidaria con el pueblo heleno en su encono inmemorial con Turquía, afloje la renuencia a una reestructuración equilibrada, aun a riesgo de un conflicto interno con quienes hacen los deberes, y Tsipras esté haciendo tiempo para negociar desde una posición de fuerza.
Abona esta hipótesis el ablandamiento en los últimos días del fundamentalismo de la quita a secas, que reproduce el paradigma que se critica si no se acompaña de dispositivos jurídicos e institucionales para la identificación, discusión y penalización de la deuda ilegítima con la que un Estado plagado de escándalos de corrupción y despilfarro y una banca de inversión investigada por ocultar deuda tienen mucho que ver; de otro modo se diluyen responsabilidades reemplazando la nacionalización del establishment por la de la quita.
Para la UE, Grecia es el espejo que devuelve la imagen no deseada, resultado de una fórmula en tela de juicio que suma antieuropeístas por izquierda y por derecha. Antes de la crisis se advertía sobre los riesgos para ciertos países de las condiciones para la membresía: targets inflacionarios extraños a sus economías y renuncia al uso de la moneda propia como instrumento fueron limando una soberanía de política económica hoy anhelada por muchos.
* Licenciado y Profesor de Geografía UBA.