La situación de desequilibrio que sufre Grecia, como a su manera Portugal y España, tienen que ver con el diseño monetario, regulatorio y fiscal de la experiencia europea. Este diseño se inspiró en un largo programa que los países europeos se dieron así mismos, para integrarse y desarrollarse pacíficamente. No se puede comprender el proceso europeo, si no se toman en cuenta las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX. El objetivo central de la cooperación económica fue evitar los conflictos, tender puentes. Ese plan comenzó en un núcleo reducido de países con una integración comercial creciente. Primero en el carbón y en el acero, y paulatinamente fue llegando a los acuerdos comerciales, avanzando hasta construir un área común, y desarrollar la figura y la institucionalidad de un mercado común. Paso a paso, Europa avanzó hacia una creciente integración en sus políticas externas, en su identificación política, en la adopción de patrones y estándares comunes, no sólo en las cuestiones económicas sino que también avanzó sobre lo que era tolerable a la luz de la luz de los valores europeos en materia de libertades políticas, tolerancia de las opiniones diversas. En ese largo proceso de integración económica, institucional, política y militar, un papel central y decisivo lo cumplía la integración monetaria. Esa experiencia que se fue construyendo a lo largo de 30 años, comenzó con una coordinación de las políticas monetarias y arribó finalmente al euro, como una construcción institucional que garantizaba los incentivos para una extrema cooperación de los países. Estaba en esa construcción, la necesidad de fijar reglas y criterios de aceptabilidad, y allí se edificaron los Tratados de Maastricht y Amsterdam, donde prescribieron ciertas reglas de buena conducta, como la magnitud del déficit respecto al producto en 3%, la magnitud de la deuda pública respecto al producto (60% de límite). ¿Qué forzaba una moneda en común? Forzaba un grado de cohesión política extraordinario, un grado de competencia enorme porque al tener una moneda común se volvían muy transparentes los costos, y los precios de los bienes y los factores. Hacía previsibles las políticas económicas, y Europa disfrutó durante los años iniciales del euro un extraordinario auge que esa unificación monetaria potenció al extremo, y con el notorio atributo de desafiar la primacía del dólar. En ese diseño, la política monetaria se ha vuelto común por la desaparición de las monedas nacionales, y en consecuencia la gestión de las políticas fiscales tienen que realizarse con la conciencia que no es el numerario monetario la variable nominal que pueda ser modificada. Si el numerario no es modificable para los actores, la consistencia de las políticas tienen que calcularse respecto a esta vara de medida inamovible. Es así que la acumulación de deudas, los desequilibrios, la flexibilidad en los mercados de bienes y servicios, tienen que poder acomodar lo que no acomoda el numerario, como ocurre en economías que cuentan con moneda propia. Esa situación era muy parecida a la que Argentina tenía en 2000. En los tres países europeos, hubo un crecimiento del gasto público y una inflación interna muy por encima de la revelante para el numerario, y se financió ese proceso acumulando deuda pública en cantidades muy significativas. En segundo lugar, se mantuvo un altísimo nivel de rigidez en los determinantes de la política de ingresos sin ningún mecanismo que permitiera absorber los ciclos de actividad o los cambios en los precios de los bienes que se producen en esas sociedades y que en última instancia son paramétricos al nivel de vida. Es decir, el nivel de vida depende de la productividad de los factores y de los precios relativos de los bienes que cada economía vende. Como en la Argentina, esa acumulación enorme de deuda más la rigidez nominal de los presupuestos, de los servicios y de los contratos privados, fuerza a una corrección en cantidades. La ausencia de flexibilidad en los precios traslada la corrección a las cantidades, y por eso en estos países ha crecido el desempleo y la subocupación. El problema que enfrentan es muy parecido al de esa época: en primer término, cómo corregir ese desequilibrio. En segundo lugar, cómo financiar ese proceso a largo plazo. Y por último, cómo darle flexibilidad a ese ordenamiento de modo que las correcciones no sean en cantidades y en subocupación de recursos, sino que sea básicamente corrección de precios relativos. Las opiniones sobre las políticas a seguir en el seno de la Comunidad Europea están divididas, pero también lo están en la opinión técnica mundial. La orientación de los países más exitosos y desarrollados, como es el caso de Alemania, es que se proceda a la corrección como lo han hecho los países bálticos o Irlanda. Es decir, con una fuerte consolidación fiscal y con una reducción del gasto a los niveles que sean sostenibles, actuando con mucha contundencia, de manera de evitar la trampa mortal de que la desconfianza lleva a un creciente riesgo país, y que esto derive en un agravamiento a la situación fiscal. Es decir, que la carga de intereses se vuelve creciente y descontrolada. En gran medida, la viabilidad, el tiempo y la posibilidad de modificar esta situación, depende de que se mantenga la confianza. Es por eso que el gobierno griego en todos sus reclamos solicita un importante apoyo para poder asegurar en el tiempo que esa corrección va a poder ser llevado a cabo. Al igual que lo que ocurría en la Argentina, no estaban previstos los mecanismos para lidiar con esa contingencia. Esto es, el shock externo vivido por la crisis asiática, rusa y brasileña en el caso de Argentina, o con el cierre de los mercados de capitales y en el carácter más inquisitivo de los acreedores de los que están hoy en fuertes desequilibrios, hace que este proceso no sea sencillo de realizar, y no hay un agente multilateral que claramente tenga una magnitud de recursos para lidiar con ella. El organismo disponible en la arquitectura financiera internacional es el Fondo Monetario Internacional, como lo era también en aquella oportunidad para nuestro país, con la complejidad adicional de que acá no hay una moneda propia, y la posibilidad de salir del euro tendría complicaciones tan catastróficas que no vale la pena considerar. La segunda cuestión es la magnitud que deben tener los recursos. Probablemente el tema central es la corrección intertemporal, es decir, la modificación que se haga durante muchos años, que les dé viabilidad financiera, y les permita converger a una deuda más razonable, a menos de la mitad de las que hoy poseen. La adecuación de corto plazo que se está enfatizando en las discusiones, esto es, la prisa por llegar al 3% en el 2012 no es el punto esencial. Lo importante es hacer sostenible la deuda y compatible con el crecimiento. Eso requiere mucho financiamiento y mucha energía en el paquete estructural de largo plazo, que es básicamente como los alemanes sugieren, que el sistema previsional, laboral, fiscal y de sanidad de Grecia se parezca al alemán, en términos actuariales y de reglas de aplicación.
El tercer aspecto es como inducir la credibilidad. Allí el FMI puede cumplir un papel, sin duda la Comunidad Europea a través de préstamos y garantías puede tener otro rol, pero el mejor lo puede cumplir la sociedad griega, sobre todo si se percibe cohesión y paciencia, para realizar este esfuerzo extraordinario que deberá hacer para salir adelante lo más ordenadamente posible. Por otro lado, mencionamos también a España y a Portugal, porque lo que se observa en Grecia se extiende también a otros países que durante los años de bonanza y recursos disponibles acumularon notorias disparidades y desequilibrios respecto a la moneda ancla, e incurrieron en enormes déficits externos para financiarse. La naturaleza de la nueva dificultad es que la corrección y los desequilibrios, como era en nuestro caso, reducen las bases tributarias. Por eso que este proceso es tan traumático y tan complejo de ser llevado a cabo. El costo de la alternativa de salir del euro es inmenso porque imagine cualquiera lo que es introducir una nueva moneda para reemplazar una moneda fuerte. El nivel de coacción a aplicar sería extremo. Inevitablemente eso implica también un default y un proceso muy largo de normalización de las finanzas. Salir de esas situaciones ha tomado mucho tiempo. Por ejemplo en el caso argentino hace nueve años que se produjeron los episodios y en circunstancias excepcionalmente favorables para el país no se han podido ni sabido resolver los problemas contenciosos y prácticos de aquel rompimiento que era de naturaleza menor al inconveniente griego. El tema no sólo significativo por el impacto histórico que tiene sobre nuestro país, sino porque una crisis allí es una de las pocas razones que podría generar una recaída de la economía a nivel mundial. Una crisis generalizada de la moneda europea crearía una desconfianza de una envergadura extraordinaria, y ello posiblemente aborte la rápida recuperación que veníamos observando. En el caso de Argentina, todos estos temas nos vuelven a traer a la memoria las cuestiones del ayer, y sobre todo nos deja una enseñanza muy poderosa. Mejor que curar es prevenir. Mejor que sufrir la experiencia es actuar disciplinadamente. Mejor que lamentarse es no incurrir en las prácticas populistas e irresponsables que en algún momento se pagarán en el futuro.
*Presidente de la Fundación Cívico Republicana.