A veces no soy la que viaja. A veces los libros vienen de visita. Hace poco más de un año con unas amigas armamos una librería donde buena parte del catálogo es de editoriales de las distintas provincias de Argentina. Es una librería online y tiene la ventaja de que se puede comprar desde cualquier sitio: allí donde esté el lector, la lectora, va el libro. Pero a veces ocurren cosas absurdas: un libro viene a Buenos Aires, a nuestra oficina, desde, por ejemplo, Córdoba para regresar al tiempo a la misma ciudad de dónde salió porque lo pide un lector que también vive en Córdoba.
A veces también pasa que el libro que se edita en, pongámosle Neuquén, se imprime aquí en Buenos Aires, vuelve a la provincia, regresa a nuestra oficina en capital y así. Para pensar esto de la circulación. Y para seguir pensando esa vieja pero siempre actualizada tensión entre el centralismo porteño y el resto del país.
Escrito en Ituzaingó, Corrientes, donde vive su autor, editado en San Luis por editorial De Acá y Dominga Amarilla, nos llegó Guasca, el último libro de Franco Rivero. Un poeta al que le sigo el rastro desde hace bastante porque me encanta lo que escribe y también porque lo quiero. Me gusta ver las fotos que sube a las redes caminando por la costa del río Paraná con sus perras.
En Ituzaingó se contruyó la represa Yacyretá. Mi padrino trabajó en la construcción y se mudaron allá cuando yo tendría diez años. Mi madrina dejó el local de venta de lanas donde había pasado los primeros meses de mi vida, durmiendo entre ovillos mientras mi mamá tejía pulloveres con la Knitax. Me gustaba repetir la palabra en voz alta: yacyretá yacyretá. Recién ahora, casi cuarenta años después, busco qué significa: “lugar donde brilla la luna” y “lugar de aguas difíciles”. Creo que ambos le caen bien a la poesía de Franco.
Guasca es una palabra ensartada de masculinidad: guasca es el chicote que se usa para azuzar a las vacas, guasca el semen que chorrea en los varones, guasca el pene, miembro, pija, dar guasca es también golpear a otro... y Franco, en esta serie de poemas, como buen lenguaraz, le da otro significado: guasca es el chongo, el varón cis heterosexual deseante y deseado en estos versos. Los guascas no se sienten putos pero sin embargo todo en la coreografía que despliegan a diario en la canchita de fútbol está cargado de homoerotismo: se tocan, se rozan, se palmean el culo, se acarician las espaldas sin remera, se abrazan un rato largo cuando meten un gol, se montan en el festejo, se dicen: puto, no seás puto, andá puto, rompele el culo, maricón. Semidesnudos, con los chores arremangados después de los partidos, inflándoles el bulto, los guascas toman cerveza del pico como en una fellatio colectiva.
La poesía existe para poner nuevas luces a viejas palabras y Guasca ilumina una zona visitada por otros poetas argentinos de las últimas décadas. Imposible no pensar en mi siempre amado Ioshua, no ir a buscar y releer donde se abra la hermosa edición de Nulú Bonsai, Todas las obras acabadas. O que no vengan a la mente algunos poemas de Mariano Blatt, no tener el libro a mano, buscar algunos poemas de Mi juventud unida en la web. Guasca encaja en esta serie, la enciende con bríos nuevos, con los humedales y el calor del litoral, con el guaraní y el castellano oral enredándose en los versos como el mburucuyá que trepa árboles y alambrados en Corrientes.
Un consejo: lean este libro en voz alta. Dejen que las lenguas se tropiecen, se ensaliven y retocen adentro de las bocas.