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Guerrear con lo nuestro

La CIA es más confiable que nuestra opaca y multipurpose SIDE. Los yanquis hacen todo lo posible por simular eficiencia e imparcialidad. De lo contrario no difundirían los índices de bienestar humano –salud, educación, mortalidad, seguridad, drogas– que ponen a Cuba a la cabeza de todos los países del continente.

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La CIA es más confiable que nuestra opaca y multipurpose SIDE. Los yanquis hacen todo lo posible por simular eficiencia e imparcialidad. De lo contrario no difundirían los índices de bienestar humano –salud, educación, mortalidad, seguridad, drogas– que ponen a Cuba a la cabeza de todos los países del continente.
Según la CIA, los gastos militares de la Argentina insumen el 1,3 por ciento del ingreso nacional, que equivale a la mitad de lo que se destina en Brasil (2,6) y Chile (2,7). Sin duda, hoy por hoy, ambos vecinos ni piensan guerrear contra la Argentina, pero en algo han de estar pensando cuando aprueban semejantes partidas.
—¿Y en qué estarán pensando nuestros gobiernos y los legisladores cuando se consuelan con este presupuesto ínfimo, que en dos décadas se ha reducido a la mitad?
Tal vez en nuestro pueblo, que es pacífico y rencoroso con “los milicos”. La gente del pueblo mira mucho tele y cuenta con los votos, que son el arma más poderosa para tiempos de paz. Si supiese que el gasto militar supera los cuatro mil millones de dólares –es decir, once containers cargados con más de cuarenta toneladas de verdes billetes de cien dólares– apoyaría, aún más que ahora, el estrangulamiento de las fuerzas armadas.
Porque la gente no quiere saber –ni el Estado quiere hacerle saber– para qué se necesitan Fuerzas Armadas. Explicitarlo sería llevar a la opinión pública un debate que, por ahora, se desarrolla veladamente en gabinetes ministeriales, think tanks, cancillerías y aparatos de inteligencia de todo el mundo. Hace unas semanas escribí que el régimen K no tenía una política para la defensa nacional y que la sustituye con una eficaz política hacia las Fuerzas Armadas. Esta política parece tener dos brazos: el económico –que continúa la gestión neoliberal de Alfonsín-Menem-De la Rúa, acentuando su el empobrecimiento de la defensa– y el jurídico, que, en aras de su definitiva subordinación al poder civil, ha puesto en marcha numerosos dispositivos jurídicos y simbólicos impensables durante las anteriores gestiones de la democracia. Es posible que, con el paso del tiempo, todos terminemos agradeciendo a la gestión de Néstor y Nilda estos logros parciales y los años vividos sin milicos conspirando, interfiriendo en la política, la economía y la administración pública y en permanente oferta para resolver los conflictos al servicio del mayor y siempre peor postor de la puja social. Pero en tanto se cuente con tres fuerzas disciplinadas, se acerca la hora de ponerlas a trabajar en sus funciones específicas de defensa nacional para las que no parecen preparadas ni dotadas de metas ni medios