CREATIVOS DEL AÑO. Dos Jorges: Guinzburg y Fontevecchia se vieron por última vez al recibir un premio juntos. |
El Círculo de Creativos nos eligió como creativos del año. Fue en diciembre de 2006, la última vez que lo vi. El ya portaba esa cara melancólica que algunos le describen fuera de cámara. Ya sabía que tenía cáncer. Lo sabía desde hacía varios años: su etapa de mayor éxito profesional coincidió con su secreta lucha contra el cáncer, la que, a su manera, ganó.
En una de sus últimas columnas, Guinzburg reprodujo un chiste que reflejó también su paradoja: “Todas las noches, la gente del pueblo se reunía en el bar y la velada se animaba cuando llamaban al tonto para burlarse de él. La broma consistía en darle a escoger entre dos monedas: una grande de 400 reales y otra pequeña, pero de mayor valor: 2.000 reales. El siempre elegía la más grande y menos valiosa, y eso despertaba la risa de los parroquianos. Un día, un forastero que observaba al grupo divertirse con el pobre inocente, lo llamó aparte y le preguntó si no había percibido que la moneda más grande valía menos. ‘Por supuesto –respondió el tonto–, no soy tan estúpido; vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguito acaba y no voy a ganar más mi moneda’”.
No pocas veces, lo que parece no es. El hombre que durante años hizo reír a todos, en la intimidad convivía con la desazón de la enfermedad. Pero si el humor es el antídoto de la tristeza, ¿quién mejor que él para aplicarlo?
“El humor es la gentileza de la desesperación” (Oscar Wilde). “El hombre sufre tan profundamente que ha debido inventar la risa” (Nietzsche). “Reír para no llorar”, dice el refrán popular.
Ese contraveneno espiritual que es la risa debió haber sido su medicina para enfrentar estos largos años sin que casi nadie lo percibiera, por lo menos hasta su fase final.
En Psicología, se denomina contrasíntoma a la lucha frente a una representación penosa en la que el sujeto expresa lo opuesto a su deseo, al que evita sustituyendo un impulso inaceptable por su contrario.
Obviamente, no fue Guinzburg el único humorista que sublimó su dolor como alegría. Benny Hll se encerraba en su casa, no invitaba a nadie y tenía un carácter taciturno fuera de escena. Alberto Olmedo, de quien se cumplen ahora veinte años de su muerte, es el ejemplo más extremo de la depresión transformada en manía cada vez que se encendía una cámara. Roberto Pettinato dijo una vez: “La risa cura; es la obra social más barata del mundo”.
Quizá por eso los argentinos, expertos en heridas y en sobrevivir sin muchos recursos, hicimos de los humoristas héroes nacionales. Ayer, por Internet, se convocó a un masivo homenaje a Guinzburg: “Dios estaba un poco aburrido y quiso sumar a su staff (Olmedo, Porcel, Tato Bores, Biondi, Minguito, Sandrini, sólo por nombrar algunos) a otro humorista genial. Si alguna vez este petiso gigante te arrancó una sonrisa… ahora regalemos un pogo para él. El lunes 17, todos al Obelisco en el pogo de las 12”.
El humorista es un intermediario con Dios, porque de él recibe el don de la gracia, que lo hace gracioso, una facultad del alma a pocos concedida e imposible de desarrollar profesionalmente. La palabra humor proviene de la medicina concebida como disposición biológica y estado de ánimo; en la Edad Media se hablaba de los cuatro humores del cuerpo: la bilis, la flema, la sangre y la bilis negra. Para Darwin, de la misma manera que nadie puede hacerse cosquillas a sí mismo, porque el lugar que va a ser estimulado debe ser desconocido, el humor necesita de la sorpresa.
Según Schopenhauer, la risa se produce ante la constatación de la “incongruencia entre el pensamiento y la realidad” (ayuda a ver a los reyes desnudos), y “reír resulta agradable y placentero porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, inseparable de nuestro ser animal, sobre el pensamiento abstracto. Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de hacerse cargo de todos los infinitos matices que presenta lo real: es grato ver, de vez en cuando, tomada in infraganti y acusada de deficiente, a la razón, ese dominio de lo severo”.
El humor es tan importante en la Argentina que hasta dejamos obsoleto a Freud, cuando decía: “La esencia del humor consiste en que uno se ahorra los afectos que la respectiva situación hubiese provocado normalmente, eludiéndolos mediante un chiste”.
Aquí, el humor ya no “ahorra” ciertas consecuencias; por ejemplo, no hay programa de televisión que satirice al matrimonio presidencial. Una lástima.Los neurólogos sostienen que la risa alivia la tensión, pero como la risa es contagiosa, el peligro sería que los números del INDEC terminen repitiendo en Argentina lo que sucedió en 1962 en Tanganyka (ahora Tanzania), donde se produjo una auténtica “epidemia” de la risa que afectó a miles de personas, especialmente jóvenes adolescentes, que duró meses y llegó a forzar el cierre de escuelas.
Actualmente, la ciencia discute si algunos chimpancés ríen u otros mamíferos tendrían algo parecido a la risa, pero todavía sigue siendo nuestra característica distintiva. Aristóteles definió al ser humano como Homo ridens, el animal que ríe. Y nadie tenía la risa más contagiosa que Guinzburg.