Alguien tendría que hacer un estudio científico, erudito, complejo y casi incomprensible, acerca de mesas de trabajo porque dígame si no tengo razón cuando digo que hay mesas y mesas. Están, vea, esas mesas que no se llaman mesas sino bancos, rústicas, fuertes y cubiertas por atractivas herramientas que una no sabe para qué sirven. Mesas sinceras y un poco agresivas, vamos, muy útiles y en el fondo buena gente. Están las mesas impolutas de los ejecutivos que van del salón al avión, y que a mí no me interesan para nada de nada. Y están las mesas de los científicos, con librotes y papelotes y flanqueadas por microscopios y ese tipo de instrumentos (“Los telescopios achican el mundo y los microscopios lo agrandan”, como dijo no sé quién, que me parece que fue Chesterton pero no estoy segura).
Y están las mesas de las gentes que se dedican a la escritura, es decir escritores, editores, traductores, correctores, que suelen ser un ejemplo en escala doméstica del caos primigenio antes del Big Bang o en sus aledaños. Cuidado, la mía no. La mía no porque entre mis obsesiones figura la del orden y la prolijidad, y siempre sé adónde está el papelito en el que anoté el teléfono del cerrajero para después, algún día, pasarlo a la agenda. Ni digamos el borrador de ese cuento que no termina de nacer. Pero eso es lo que me pasa a mí y no creo que a nadie le importe, sólo que a una le da de repente por contarle a la humanidad algún detalle personal entre raro y ridículo.
Pero conozco mesas de editores ante las cuales mi instinto urraqueño (de urraca que, dicen, roba cosas brillantes y las acomoda en el nido) me lleva a poner todo en orden, cosa que no hago porque gracias a mi mamá y a mis tías he llegado a ser una señora bien educada. Pero ellos también, los propietarios de esas mesas, juran que pueden encontrar en la parva ese papelito en donde anotaron el teléfono del cerrajero. Macanas, qué quieree que le diga.
Y un querido editor amigo sostiene que él de movida nomás piensa mal si ve que alguien se pone a trabajar sentado a una mesa prolijita y orgullosa. ¡Qué diría si viera mi mesa!