Hay cierta preocupación por este asunto de la pérdida de memoria, y hablo de lo que le pasa a alguna gente y no de la memoria histórica de los pueblos. Hablo de –¡aya, me olvidé de lo que iba a decir!–, y hablo del terror de ir perdiendo los rasgos nítidos del mapa mental que todas y todos tenemos y que nos sirve para hacer mecánicamente varios etcéteras cotidianos. Nos dicen que hay que ejercitar las neuronas y sus sinapsis y que para eso no hay como hacer palabras cruzadas, grillas literarias, charadas, juegos de ingenio ed anche solitarios. Bueno, he llegado a mi tema, Etelvina: era de eso de lo que quería hablar. Solitarios, no sé si te acordás de cuando, mazo de cartas no muy nuevo en mano, nos dedicábamos al nueve por nueve, al escalera al cielo, al todas boca abajo, al tapadas y destapadas. No eran exactamente solitarios, porque los hacíamos entre las dos y a veces con una tercera que llegaba al aroma de los scons o los bizcochitos. Pero ejercitábamos las sinapsis, lo supiéramos o no. Rita Levy hubiera estado orgullosa de nosotras. Ahora, en cambio, ejercitamos sabiéndolo, y son verdaderos solitarios, porque frente a la computadora los hacemos de a una y más bien molesta otra presencia. Lo lamentable del caso es que a la computadora no le podemos hacer trampas, y es triste eso de no poder hacer trampas en los solitarios. Es muy triste no poder hacerse trampas a una misma. Bello y emocionante recuerdo el del rey de bastos deslizándose bajo la mano derecha y yendo a ocupar un lugar que no le estaba destinado, pero que nos permitía poner ese caballo que nos estaba tapando la sota de oros. ¡Nada menos que la sota de oros, horror! Pues todo eso se terminó, lo siento. Para recuperarlo tendríamos que hacer un desparramo total, renunciar a la computadora (¿qué?, ¿acaso volverías al mazo de cartas despeluchado en las esquinas y agrisado por el uso?), al ejercicio de la memoria, a las sinapsis, a las felicitaciones de Rita Levy, a demasiadas cosas. Y además hacer trampas está mal, muy mal, y mucha gente que hoy se pasea por los corredores del poder y dice discursos altisonantes ya debería saberlo. Nosotras lo sabemos, Etelvina, y por suerte, un montón de gente lo sabe y eso es, ¡aleluya!, peligroso: no para nosotras sino para ellos.