COLUMNISTAS

Hambre y energía

Cuando yo cursaba mis estudios secundarios en la década del setenta, no había semana en que no fuéramos conminados a reflexionar sobre la renovación de las fuentes energéticas una vez que el petróleo se acabara, cosa que está sucediendo en estos días. Por entonces, la energía nuclear parecía la solución mágica, pero después la historia nos regaló el fantasma de Chernobyl, que nos sigue atenazando. La energía eólica, también quedó demostrado, desertifica las regiones donde se instalan los molinos y (si hay que creerle a Almodóvar en Volver) enloquece tanto a los habitantes de las zonas cercanas que los impulsa al suicidio.

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Cuando yo cursaba mis estudios secundarios en la década del setenta, no había semana en que no fuéramos conminados a reflexionar sobre la renovación de las fuentes energéticas una vez que el petróleo se acabara, cosa que está sucediendo en estos días. Por entonces, la energía nuclear parecía la solución mágica, pero después la historia nos regaló el fantasma de Chernobyl, que nos sigue atenazando. La energía eólica, también quedó demostrado, desertifica las regiones donde se instalan los molinos y (si hay que creerle a Almodóvar en Volver) enloquece tanto a los habitantes de las zonas cercanas que los impulsa al suicidio.
Que la Argentina es un país completamente marginal en los asuntos de este mundo lo demuestra su ausencia en un debate que ocupa las primeras planas de todos los diarios del mundo y que afectará centralmente nuestra economía: la masiva inclinación de los países desarrollados (Estados Unidos y la Unión Europea) por los biocombustibles, que no son sino cereales (sobre todo soja, pero también trigo y maíz) que se destinan a la producción de combustibles.
A mediados de abril, el relator de la ONU, Jean Ziegler, caracterizó la producción y uso de biocombustibles como un “crimen contra la humanidad”. La escalada mundial en el precio de los alimentos (en el último año el precio del trigo ha aumentado un 130%, el del arroz un 74%, el de la soja un 87% y el del maíz un 53%, según datos de la FAO) sería la directa consecuencia de los biocombustibles (Estados Unidos transformó el año pasado un tercio de su cosecha de maíz en bioetanol y la Unión Europea se propuso para 2020 la conversión del 10% de sus motores a los biocombustibles).
El 18 de abril concluyó en Brasilia la XXX Conferencia Regional de la FAO, con la convicción de que la crisis de los precios de los alimentos en el mundo será prolongada, y lo peor todavía no ha llegado (las hambrunas en Africa, Asia y América latina y las consecuentes rebeliones son sólo el comienzo). De inmediato, el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil (gran productor de etanol de caña de azúcar y de biodiésel), Celso Amorim, pidió que los organismos multinacionales como el FMI combatan los subsidios agrícolas en vez de atacar la bioenergía y vincularla a la actual crisis alimentaria. Aunque sigue defendiendo la producción de biodiésel, Chávez se reconcilió con Fidel Castro, quien hace ya más de un año había advertido que destinar cereales a la producción energética desencadenaría una catástrofe humanitaria de consecuencias trágicas.
Estados Unidos y Europa deberían recortar su producción de biocombustibles, porque está afectando el suministro de alimentos en un momento en que la escalada de precios no se detiene, afirmó un asesor del secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon.
Ziegler, por su parte, apeló a los donantes del Programa Mundial de Alimentos (PAM) de la ONU a que incrementen sus donaciones porque “en tres meses se ha perdido el 40% del poder adquisitivo” por la suba de los precios. Alrededor de 75 millones de personas en el mundo “dependen para su supervivencia de los suministros del PAM”, recalcó el funcionario saliente de la entidad internacional y advirtió que los biocombustibles son “un crimen contra gran parte de la humanidad, algo intolerable”.
Lo lógico, lo necesario, a nadie se le ocurrió: multiplicar por cien, por mil, el valor de las patentes de los automotores no utilitarios. El Sr. Fogwill y yo, contentos. El Sr. De Vido, opíparo. Y “el campo”, menos herido.