En los 70 días que lleva el macrismo en el poder, nunca se vio como en esta semana la implacable lógica de prueba-error que pregona, como aparente muestra de su democrática y humana manera de gestionar.
Despidió del Indec a Graciela Bevacqua, la técnica más seria del organismo, que ya había sido expulsada por el kirchnerismo, simplemente porque mantenía su postura pública e inicial de que necesitaba varios meses para volver a medir con seriedad la inflación.
Avanzó con la paritaria clave de los docentes nacionales hasta un cuasi acuerdo de aumento del 40% en el básico inicial, muy por encima de la pauta inflacionaria de Prat-Gay, del 20%/25%. A minutos de firmarse, Macri ordenó dar marcha atrás ante las protestas provinciales, empezando por María Eugenia Vidal. En muchos distritos no comenzarán las clases.
Lanzó con bombos y platillos la suba del mínimo no imponible. Y al día siguiente, el Presidente salió a autobombardearse con el anuncio de que este año no se cambiarán las escalas de Ganancias, lo que congela el efecto derrame.
A lo largo de la breve pero veloz administración de Macri, ya hubo varios ejemplos de marchas y contramarchas, como la designación por decreto de dos jueces para la Corte Suprema, por citar sólo un caso. Mientras duran la luna de miel y el respaldo social, según indican las encuestas en poder del Gobierno, estas idas y vueltas pueden ser toleradas y hasta apoyadas, sobre todo ante el espejo de los años K, en los que no había “ni un paso atrás”.
El tema es qué sucederá con esta dinámica, si se repite en el tiempo, cuando el viento empiece a dar de frente y la sociedad pueda llegar a percibir que sus expectativas no son satisfechas. Ahí ya no será tan sencillo ni gratuito.