Fue el paro más fuerte que hubo desde que, hace once años, los Kirchner llegaron al poder. El primer mensaje que emerge con claridad tras la medida de fuerza del jueves es el hastío hacia el kirchnerismo de una parte creciente de la ciudadanía. Es la continuación de lo que sucedió en las elecciones del año pasado y que va enmarcando el fin de ciclo inexorable de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. Los poderosos gremios aliados al Gobierno no tuvieron esta vez la fuerza suficiente para neutralizar la huelga lanzada desde la CGT opositora. Este es un dato significativo. En esos gremios, en los que hubo acuerdo luego de negociaciones paritarias arduas y bajo presión gubernamental, las bases distan de estar satisfechas. Hay dos razones: la primera es la inflación; la segunda, los desfasajes y las inequidades que produce el conjunto de parches con los que el Gobierno ha querido enmendar el deterioro que causa en los bolsillos de miles de trabajadores el mal llamado mínimo no imponible. Existe un tercer tema: la inseguridad.
Es ese malestar creciente el que explica un paro convocado por una dirigencia sindical atravesada por las mismas contradicciones que exhiben el Gobierno y buena parte de la clase política. Ver juntos a Hugo Moyano y a Luis Barrionuevo –que supieron ser como el agua y el aceite durante muchos años– no fue un estímulo para muchos de los que adhirieron al paro. Eso impacta tanto y es tan contradictorio como lo es, por caso, la protección que le da ahora el kirchnerismo al ex presidente Carlos Menem. La incomodidad de la mayoría de los dirigentes sindicales opositores con Barrionuevo –sinónimo unánime de desprestigio– se dibujaba en los rostros de los que compartieron el escenario durante la conferencia de prensa del jueves.
A ese combo se le agregó, en esta ocasión, la izquierda, que estuvo activa y con un alto perfil, hecho que molestó a los caciques sindicales. De hecho, ningún dirigente de la izquierda compartió nada con ningún integrante de la cúpula sindical que, por su parte, se encargó de precisar que no compartía los cortes de calles, rutas y puentes. Esta es una metodología que hoy es rechazada por la mayoría de la sociedad. La izquierda debería leer con mayor detenimiento este dato –que no es menor– en el ambiente de fin de ciclo que se vivirá de aquí a 2015.
En una vuelta de tuerca más de su giro hacia la ortodoxia, Axel Kicillof busca en Washington el apoyo imprescindible del Fondo Monetario Internacional, sin el cual no podrá lograr el acuerdo que necesita con el Club de París para acceder al financiamiento internacional del que hoy la Argentina carece. Un hecho sucedido en estos días –inadvertido para muchos– marca el grado del aislamiento internacional en el que el gobierno de Fernández de Kirchner se colocó: Grecia, que aún no se ha recuperado de su monumental crisis económica, acaba de lograr préstamos para financiarse a una tasa del 5% anual, algo que para nuestro país es hoy imposible. Los elogios que el FMI acaba de hacer a la devaluación y al resto de las medidas de ajuste ideadas por Kicillof eximen de mayores explicaciones sobre el giro económico oficial.
El problema ahora es que, habiéndose producido este giro, se siguen sin atacar las verdaderas causas de la inflación. En el Banco Central se inquietan al observar cómo se desaprovecha la calma por la que navega la cotización del dólar. Esa calma es consecuencia de la liquidación de las divisas provenientes de las exportaciones agrícolas y de la necesidad que tienen muchas grandes y medianas empresas que, ante la caída de sus ventas, deben deshacerse de sus tenencias en dólares para pagar los sueldos de su personal.
El índice inflacionario real de marzo presagia lo que la gente vive a diario: los precios no paran de subir. De hecho, los nuevos acuerdos anunciados a comienzo de semana no hicieron más que confirmar esta tendencia. ¿Alguien puede sorprenderse por ello?
El gobernador de la provincia de Buenos Aires decretó en la semana la emergencia de seguridad. Desde el gobierno nacional salieron a pegarle sin piedad. Lo de Daniel Scioli es un parche, y la actitud del kirchnerismo es la nada misma. ¡Qué ominoso mensaje para la ciudadanía! Persiste en el núcleo duro del oficialismo la idea de que la inseguridad es una invención de los medios. Demuestran así una pasmosa ausencia de contacto con la realidad. Se ve que no están al tanto de las numerosas reuniones de vecinos que en distintas zonas de la Capital y del Conurbano tratan de organizarse para ver cómo, ante la ausencia de fuerzas de seguridad, se organizan para prevenirse de delitos que ponen en riesgo sus vidas y sus bienes.
El único funcionario de nivel nacional que se desmarcó del “relato” fue Sergio Berni, que es el ministro de Seguridad en funciones. El operativo que encabezó en el Gran Rosario contra el narcotráfico era algo que se pedía a gritos. La ausencia del Estado en esa y en otras zonas del país es un predisponente clave para que los carteles de la droga asienten sus reales de plata mal habida, corrupción y muerte.
Mientras tanto, el juez federal Sebastián Casanello ordenó procesar al ex secretario de Transporte Ricardo Jaime, a quien se lo acusa por el delito de presunto enriquecimiento ilícito. Es una mala noticia para el Gobierno. El silencio de Jaime vale oro. En los pasillos del poder por los que se desplazaba con absoluta comodidad en sus días de apogeo como funcionario todos sabían que Jaime era un profundo conocedor de los secretos de Néstor Kirchner.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.