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Hay que hacer algo (realmente) distinto

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En el primer contacto del flamante ministro de Economía con los medios, se evidenció cierta intención de transmitir el mensaje, de que ahora en más, se haría todo de manera distinta de lo que se hizo en los últimos cuatro años. Incluso podría decirse que se tiene como objetivo el de hacerlo distinto a lo que ha sido, según las mismas palabras del ministro, una constante a lo largo de la historia argentina.  

Los lineamientos que conocemos hasta hoy no muestran ningún cambio disruptivo respecto de lo que se ha hecho en el pasado. Pensar fuera de la caja o, en otras palabras, romper con la historia económica reciente de la Argentina, parece estar lejos todavía de lo que el gobierno de Alberto Fernández parece dispuesto a implementar para “tranquilizar la economía” y “frenar la caída”.

Si bien falta conocer el detalle del programa económico prometido por el ministro Guzmán, sabemos que se irá conociendo progresivamente (y por escrito). También sabemos que la desinflación y la consolidación fiscal serán graduales. No habrá un anuncio que pueda inducir rápidamente el shock (positivo) sobre las expectativas que hoy necesita nuestro país.

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En el debate shock versus gradualismo, el shock no proviene necesariamente de la implementación instantánea de las medidas, porque ello por lo general se realiza de manera gradual.  El shock viene dado por la forma en que se anuncia el programa, por sus contenidos originales, por su integralidad y consistencia, por las magnitudes involucradas y porque se fijan desde el vamos objetivos claros y contundentes.

Mientras aún resuenan los acordes del fracaso del gradualismo macrista, no debería llamar demasiado la atención que el gobierno de Alberto Fernández opte por una estrategia similar. Tanto a fines de 2015 como a fines de 2019, las restricciones políticas o las restricciones impuestas por el estado de la opinión pública pesaron y parecen pesar más que las macroeconómicas. Ambos presidentes y sus entornos comparten la visión de que la sociedad no toleraba entonces ni tolera hoy más ajuste.

La pregunta que surge ahora es si hay alguna otra forma de producir ese shock, esa percepción de cambio de régimen económico, que nos permita concluir que ésta vez será diferente y que lo que tenemos por delante puede funcionar. No hay por el momento nada que genere la esperanza de que el programa tenga algún componente verdaderamente nuevo o revolucionario. Algo distinto que no haya sido intentado con anterioridad. Por ejemplo, no hubo menciones ni al tamaño (excesivo) ni a la calidad (muy pobre) del gasto público, como tampoco hubo menciones de los niveles de presión tributaria (altísima) y la estructura impositiva (enmarañada y costosa). No hubo mención de cómo unos y otros afectan la competitividad del sector privado, aunque Guzmán sí habló de la necesidad de crear condiciones para que ella aumente (sin dar detalle sobre el cómo).

Hacer algo distinto en la Argentina sería bajar impuestos (de verdad), reducir el gasto innecesario y desregular todo lo que se pueda desregular, de forma tal que el sector privado, y no el Estado, sea el encargado de liderar la recuperación productiva. Una utopía, obvio, cuando la antítesis de todo esto es la idea de “Estado presente” enunciada por el presidente Fernández, refrendada por sus colaboradores y compartida por la mayoría de la clase política argentina. Claro que hay grises, se pueden atender las necesidades de los que están en la pobreza y la indigencia. Vale la pena insistir una vez más, que no hay política social capaz de compensar totalmente las consecuencias de malas políticas económicas.

 

* Economista. Director de Perspectiv@s Económicas