Los trenes no funcionan bien y prenden fuego sus vagones. Los subtes no dan abasto con la cantidad de pasajeros. Colectiveros y taxistas pelean por carriles exclusivos. La soja se vende menos que antes. Los pastizales se queman. Los mexicanos instalan sus laboratorios para fabricar drogas que hagan volar a los jóvenes y los lleven fuera de esta realidad. Valijas con miles de dólares que ingresan al país con fines confusos. El padre Grassi hace lo imposible por anular el juicio que lo condena por abuso sexual. Los grandes magnates televisivos pierden rating, mientras un remisero se hace famoso por su poligamia. Y como plato del día, “cae la Bolsa más grande del mundo”. ¿Esto es el país? ¿De esto pensamos seguir viviendo los argentinos?
Parece que nos sobrara el tiempo para construir nuestra realidad con todas estas cosas que no andan bien, con desgracias ajenas que buscan a cualquier costo hacerse públicas, como si la única realidad posible fuese aquella en la que todo está mal, en la que todo es negativo y oscuro.
Nos desgastamos elaborando quejas hacia el Gobierno, hacia los piqueteros, hacia nuestros padres y amigos, vivimos de decepción en decepción, frustrados porque nadie responde a nuestras “justas y merecidas” demandas. Queremos otra cosa: otros políticos, otras leyes 125, otra forma de pagar la deuda externa, otras leyes educativas, otro INDEC, ¡otro al infinito! Nada parece venirnos bien. Y después nos preguntamos: ¿qué es la bulimia nerviosa?
Frente a este patético panorama social no hace falta mucha astucia para darse cuenta lo paralizante que resulta todo esto si sólo nos quedamos con esta porción de realidad que elegimos recortar. No significa que no podamos cambiar las cosas tal como están, pero es importante un cambio de posición frente a lo que nos toca vivir como país. Esto es, la responsabilidad que nos toca a cada uno en el instante de vida en el que estemos presentes. Si no, vamos a seguir disconformes con cualquier discurso político que esté de moda, o vamos a seguir sufriendo porque cuando vayamos a votar nos van a prometer el oro y el moro, nos van a embaucar con que todo va a ser mejor, que todo va a cambiar, y resulta que después las cosas van a seguir mal… y así de vuelta en el círculo vicioso. ¿Hasta cuándo?
Hay que hacer con lo que hay, no hay tiempo para sufrir por lo que nunca llega, por las ilusiones que el mundo de los otros no logró realizar. No nos engañemos creyendo que va a aparecer un ser iluminado que vaya a resolver todos nuestros problemas, no sigamos en la eterna búsqueda del salvador que lave nuestras culpas y que nos deje redondos de felicidad. Dejemos un poco la Biblia de lado y empecemos a construir nuestra propia versión de las cosas que nos suceden. Desde los diferentes espacios de producción social, política y cultural que tenemos a nuestro alcance, y que sí funcionan, hagamos algo para darle otro curso a eso que nos angustia y que nos preocupa, porque si no, el dulce sopor de la queja se apodera de nuestros sentidos y el malestar colectivo aparece como única opción. No caigamos en el desencanto mental que no avizora ningún horizonte mejor y que anestesia hasta al más rebelde de los espíritus, porque de este modo, de verdad, ¡estamos fritos!
Si el Gobierno se equivoca, que se equivoque; aceptemos su error, no caigamos en la tentación de esperar que revea su verdad y que nos devuelva el vuelto que quedó en el camino. Si el campo quiere parar, que pare nomás; y si tenemos que dejar el asadito por un par de semanas hagámoslo con dignidad, sin penas y sin resentimientos por uno u otro bando, con la esperanza de que vendrá algo nuevo y más positivo, y que eso de que “el pasado fue mejor” es puro grupo.
Lo que hay es lo que nos merecemos, ni más ni menos, es hora de despertar a esta verdad que atraviesa cada momento de nuestras vidas.
Eso que nos enoja, ¿por casualidad, no será algo nuestro?; eso que nos angustia ¿nos angustia por culpa del otro? ¡Ay, qué fácil es pensar que sí!, que no tenemos nada que ver con lo que nos aqueja…
*Psicoanalista, miembro de Epsyco.