Para su bolsillo, el mejor rescate que hizo Cristina de su diálogo con el Papa fue una frase. “Me agradeció porque hago participar a los jóvenes en política”, sostuvo. Como si Francisco la hubiera felicitado por agrandar y alimentar a La Cámpora con el Estado. La Santa Sede no se ocupará de contradecirla. De ahí que podía interesar escuchar y ver al jefe de esa agrupación, formateada por slogans y consignas para discursos de diez minutos. Ante un marco reverencial (en 6,7,8) podía suponer un hallazgo periodístico la aparición de Eduardo “Wado” de Pedro, quien nunca habla en público y tampoco, que se sepa, escribe mucho. A pesar de esto, se afirma que este casi cuarentón es el dador de sangre intelectual a la Presidenta, un preferido, algo más que un correo con las bases; la guía de Máximo. También la cabeza de un trípode con los legisladores Andrés “Cuervo” Larroque, de recordadas e infamantes incursiones verbales, y José Ottavis, frecuentador otra vez de Río Gallegos luego de la distancia que le impuso la mandataria. Ninguno se destacó por la exposición pública, menos por la de tribuno. Las ideas repetidas y repartidas constituyen un resumen de colegio secundario en el que, apenas con diez líneas de texto, se abrevian todas las bolillas de un programa. Aun así, De Pedro & Cía lograron conquistar para sus adláteres una interminable lista de empleos públicos, en los que cuentan más la relación y la militancia proclamadas que la supuesta excelencia del candidato.
Otras razones importaban para adentrarse en el estreno televisivo de De Pedro: preside una facción que se expande por el ascenso social y laboral, la generosa propaganda y la dispuesta vocación, más la singularidad de que ninguno de sus líderes puede emerger como figura cautivante, empezando por Máximo. Acumulan, juntan, amontonan, pero trasladan las jerarquías funcionales o electivas a personajes como Zannini, o en el pasado a Boudou. Por sí mismos, ellos hoy no pueden ser. De Pedro, eso sí, sobresalía: es uno de los pocos legisladores de La Cámpora que –si bien no asiste seguido al Congreso– se reúnen con cualquier miembro de la oposición y conversan sin mirar por el rabillo, como temen en cambio otros paranoicos de su grupo, advertidos de que una foto con el enemigo puede significar el desalineamiento del poder, según el diccionario Conti. Nadie puede reprocharle a él falta de autonomía. En su aparición, sumaba este referente otra particularidad: sufre una disfemia que apenas pudo corregir con tratamiento, molesta discapacidad comunicacional al menos para ejercer la política, ya que el trastorno suele poner nerviosos al protagonista y a sus interlocutores.
Aun así, emprendió el desafío mediático incorporando una condición dolorosa, de bebé sobreviviente: su padre fue un desaparecido más de los 70 y a su madre la abatieron entonces cuando lo tenía en brazos en una bañadera, de ahí que por largos tiempos le provocaba rechazo el ingreso a los baños. Criado por una familia cercana en Mercedes –donde el intendente otrora K reconoce que no puede competir con La Cámpora, que dispone de mayores subsidios para distribuir que él–, con tía influyente y respetada en un distrito bonaerense, una parcela nada despreciable heredada de la sucesión de su madre, De Pedro se aplicó como un hippie en la tele para hablar de la concordia, el amor y la alegría de La Cámpora frente a la presunta actitud belicosa de la izquierda (“los ultra”, comentó), que también quería conmemorar los 37 años del golpe del 24 de marzo en la Plaza de Mayo, cuando en algún rincón se machacaron a golpes para estar más cerca del palco. Como en los 70, cuando los peronistas se mataban literalmente por estar cerca del escenario. Quiso despojar de contenido violento a su agrupación frente a imputaciones y hechos que le atribuyen a favor de la tentación armada. Debe preocuparlo, como a Ella: las elecciones se acercan.
También, al igual que CFK, le endilgó De Pedro esa característica agresiva a la izquierda, a la que descalificó, al contrario de la lucha montonera de los 70 que él recordaba. En su repaso olvidó que buena parte de esa generación maravillosa confundió al rival y se asoció con los militares, participando en el Operativo Dorrego con el general Harguindeguy. Entonces, también los ultra –como ahora dice el tuit presidencial– portaban “trapos rojos” mientras el celeste y blanco era patrimonio de los elementos castrenses, léase montoneros y militares. Memoria frágil para quienes, por la magia del poder, con la designación de Francisco demostraron que la palabra puede ser cambiada, alquilada. Un pecado que Francisco ya perdonó.
Y una Cámpora que es la experiencia política más novedosa de los últimos años, guste o no. Y que De Pedro, merced a Néstor y Cristina, a pesar de su titilante expresión oral y de un pensamiento todavía en barbecho, consolidó un grupo de influencia notable en el Gobierno. Decisivo, poderoso, garantía (como en las tarjetas de crédito) de que “pertenecer tiene sus privilegios”. Ahora van no sólo por más cargos públicos a expensas de veteranos kirchneristas, del erario y de los contribuyentes: se proponen alcanzar el centenar de legisladores propios en todo el país. Un proyecto a mediano plazo, con vistas de escrituración política en 2015.
Entre tanto, Ella agrega carbón a esa caldera: facilita el acceso, concede cargos y designaciones, piensa que allí encuentra una lealtad que no es común en el peronismo y cuya extensión –si prosperara– le otorga posibilidades de continuidad personal. Y, si la naturaleza y los votos no ayudan, al menos le quedará una estructura de poder que habrá de cuidarla cuando se retire a su lugar en el mundo, preservarla de eventuales venganzas de los poderes concentrados y hasta de una Justicia que en dos años más también puede teñirse del color que un día, medio en broma, medio en serio, para encontrarle un destino personal a su familia, Kirchner le impuso a un sector de la sociedad.