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Historias de palacios

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En algún lugar del palacio vívese una escena poco menos que shakesperiana: se agarran limpiamente a trompadas los dos hijos de Mubarak. Las peleas entre hermanos conforman un mundo muy propio y es difícil que se pueda meter un tercero. Inclusive si ese tercero es ni más ni menos que el padre, lo que en este caso implica ni más ni menos que el presidente, si es que no ni más ni menos que el rey, si es que no ni más ni menos que el faraón. Nosotros, los argentinos, no vacilaríamos en sentenciar de inmediato nuestra certeza inmemorial sobre hermanos que se pelean. Pero aquí, en Egipto, el orden de los factores se invierte: los de afuera se aprestan a devorarlos, y es por eso que los hermanos se pelean. El viejo Mubarak ni se mete, luce cansado, los años se le vinieron encima, el pueblo en la calle también.

Vuela un piña, vuela otra, se cruzan las acusaciones. Hay dos interpretaciones en juego, y dos visiones sobre Hosni Mubarak. Uno de los dos, el menor, tiene este plan: tratar de calmar a la gente en la plaza, quedarse si se puede, y si no se puede rajarse pronto a alguna otra parte donde la van a seguir pasando bien. Lo que ve en Mubarak es un padre, un padre añoso y desbordado. El hijo mayor, por el contrario, lo que ve en Mubarak es un presidente, el hombre que tuvo el poder durante casi treinta años y que de hecho todavía lo tiene. Su plan es poner a la gente a raya y mantenerse en el gobierno cueste lo que cueste. Es el mayor, es el heredero. El poder en Egipto es una parte de esa herencia, la parte que no quiere resignar.

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En esos tan álgidos momentos, desde la cercana Libia, Kadafi dispensa a Mubarak algunas lindas palabras de apoyo. Días más tarde, sin embargo, otro palacio entra en zozobra, y en este caso es el suyo. El pueblo en la calle reclama su caída, como pedía la de Mubarak aquel otro pueblo en aquellas otras calles. ¿Y Kadafi, a qué recurre? ¿A palabras apaciguadoras o a las frases de escarmiento? Ni lo uno ni lo otro. ¿A sus amazonas, entonces, a esa guardia personal de mujeres fuertes por las que se hacía escoltar en todas partes? Tampoco se valió de ellas. Se valió de su flota aérea. La mandó prontamente al cielo, a bombardear desde lo alto a la gente.

Se dice que el que tiene el poder se aferra a él con desesperación. En general, así será. Pero la historia a la vez se ofrece como una prodigiosa gama de matices: qué entiende cada cual por el poder, cómo es que cada cual se aferra, la manera que tiene cada cual de desesperarse.