Un profesor famoso y amado en la Facultad de Filosofía y Letras cada tanto decía en sus clases: “Yo no hablo para que me entiendan, sino para que me escuchen”. De lo que se trata es de que haya escucha, antes aún que la comprensión. Porque si hay escucha hay circulación de palabra, es decir, democracia.
La mala prensa de los intelectuales tiene que ver que con la complejidad de su discurso. Pareciera no querer entenderse que esa complejidad es muchas veces necesaria: no sólo porque las cosas, los procesos y las relaciones no son siempre fáciles de decir, sino porque, sobre todo, los intelectuales deben poner en perspectiva las palabras que circulan socialmente.
Se sabe que en nuestro país hay quienes ejercen la política sin que se les caiga una idea (principalmente la oposición, pero no generalicemos). Aunque de pronto (porque con el invierno y las heladas se nos vino encima el proceso electoral) las ideas proliferaran (lo que no es previsible), de todos modos habría que analizar las palabras que les sirven de vehículo y, una vez más, ponerlas en perspectiva.
Por ejemplo, sabemos que en esta elección podrán, si quieren, votar los jóvenes mayores de 16 años. Si quieren. Para ellos se ha diseñado una forma de participación democrática que a mí, ciudadano adulto, se me niega. La eximición de la obligatoriedad del voto para los mayores de 70 años tiene razones estrictamente sanitarias, pero la misma medida aplicada a jóvenes que están en la plenitud de sus facultades físicas sólo provoca una desigualdad insalvable ante la ley. Yo quisiera que se me otorgara el mismo derecho que a los más jóvenes registros del padrón electoral. La igualdad es eso y no otra cosa. Como los políticos han deducido que la incidencia de esos votos será mínima, no ha habido demasiada alharaca alrededor del tema, pero a mí me entristece que no se escuche nada al respecto.
La semana pasada me referí a las dos formas de democracia que conocemos: la liberal y la popular, que habría que analizar históricamente para poder pronunciarse en relación con ellas, pero lo cierto es que nuestra Constitución está pensada en relación con la democracia liberal (garantiza derechos y limita el ejercicio del poder mediante su distribución en una trinidad laica cada uno de cuyos cuerpos funciona con una lógica distinta, deliberadamente y no por error).
Sabemos que democracia y capitalismo se presuponen (son las dos caras de la misma moneda). Si de lo que se trata es de buscar una salida... ¿alguna idea? Yo, escucho.