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Honrar la cosa pública

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He oído decir que hay que echarlos a patadas. Adhiero con entusiasmo. Un par de tipos que sostienen que hay que dejar libre al abusador porque el abusado, de seis años, estaba acostumbrado a que lo abusaran, merece que los echemos a patadas. Pero, claro, no se puede. O vivimos en la república o vivimos en la tribu. En este momento me gustaría, eso de vivir en la tribu. Llamo a unos cuantos cumpas y los echamos a patadas, ah, qué placer. Sí, pero y después ¿cómo hablo con mis hijos? Peor: ¿cómo hablo con mis nietos? ¿Cómo les digo, se trate de lo que se trate, cómo les digo “eso no se hace”? ¿Cómo seguimos viviendo, respetando al diferente, mirando a los ojos al prójimo, ayudando al desvalido, actuando dentro de la ley sin salirnos ni medio milímetro de los límites que ella nos marca, eh? ¿Cómo? Vivimos en la república, no en la tribu. Y la república es eso, la cosa pública, lo que nos pertenece, pero ojo: nos pertenece a todos. Y si la manchamos, si la arrugamos, si la manoseamos, nos estamos maltratando a nosotros mismos. Podemos jugar, a los seis años, a ser Tarzán o a ser piratas. Pero después crecemos y aprendemos y ya no nos hamacamos aullando de árbol  en árbol ni sacamos la espada para echar de su casa al vecino. Aprendemos. Hay quienes no aprenden. Conquistan un título académico pero no aprenden. Y eso que ellos también, como nosotros todos, están inmersos en la cosa pública y se supone que están en donde están justamente para hacer respetar, para hacer honor, para honrar a la república. Y es ella, la república, la que tiene que mostrarles al desnudo y en colores lo que han hecho. Que ha sido, ni más ni menos, una traición a las leyes que les ha marcado la cosa pública de la que vivimos todos, en la que vivimos todos para ocuparnos del bien del otro así como el otro se va a ocupar de nuestro bien. ¿Qué hacer pues entonces con estos tipos? Entregarlos a las manos abiertas de la república, que son las leyes. Muy gratificante sería para Tarzán y para los piratas, aquello de echarlos a patadas. Pero no lo sería, de ninguna manera, para quienes aprendimos a honrar a la república. Para quienes sabemos algo que estos tipos no saben: que ante todo y ante todos están los débiles, los indefensos, los que tienen todavía la sensibilidad a flor de piel, los que han de aprender, los críos, los chicos, los que confían en nosotros, los que con el tiempo, cuando aprendan, van a ser quienes nos defiendan cuando nos fallen las fuerzas. Por lo tanto entreguemos a esos tipos a la cosa pública, a sus leyes y procedimientos que ellos malinterpretaron y traicionaron. Que se les ofrezca un juicio justo, con fiscales y defensores aptos para desenvolverse en la república, profesionales independientes y equilibrados, que ofrezcan garantías, sí, por supuesto, pero garantías para unos y otros, no solamente para quienes se han saltado las leyes a la torera. Garantías también para los indefensos, los que van creciendo, los que han sufrido el asalto de la peor parte de la tribu. Garantía y protección, y sobre todo curación de las heridas. Será justicia.