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relaciones exteriores

Hora de mirar para afuera

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La reaparición semipública de la señora presidenta ha planteado una lista larga de dudas para los próximos 22 meses de gobierno. Ahí debe incluirse nuestra relación con el mundo más allá de Miami, cosa que nos importa poco, fuera del fútbol. La política exterior se perfila algo difusa.

El perrito Simón en la falda presidencial auguraba un estilo diferente, si bien esperamos que a ningún militante de La Cámpora se le ocurra regalar ejemplares de dogo argentino que en pocos meses destruyan los despachos presidenciales de los amigos que nos quedan. Quizá no haya que temer semejante desenlace. Se pueden ver los cambios en el pronto envío a Italia de un boxer, canino conocido por zarandear sus ancas en señal de amistad, babearse sobre todo candidato que le ofrezca una caricia o un hueso y, si bien asusta con su cara de perro fiero, sólo se enoja cuando le sirven milanesas cortadas bien delgadas.

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¿Gracioso? No lo es. Así nos ven. Guillermo Moreno causaba gracia mientras se comportaba como un autócrata de Macedonia en el siglo XIX, que obligaba a sus cortesanos a celebrar sus groserías o ponerse guantes de box(er) en una reunión con empresarios como si fuera un ensayo de una comedia musical.

A algunos de sus seguidores les parecía gracioso, o nacional y popular. No lo es. En la convalecencia que nos espera, el Gobierno estará obligado (aun cuando no lo haga estará obligado) a revisar nuestras relaciones con el mundo. Como país moderno que suponemos ser, no podemos seguir pensando que es posible insultar a las naciones del mundo que ofrecen buena voluntad (varios), o mentir a otras porque creemos que tienen recursos que no saben cómo gastar (Angola, al tratar de venderle tractores que no existen), o pensar que es posible bicicletear ad infinítum a la segunda potencia mundial (Unión Europea) en materia de negociaciones financieras pendientes. Y así a lo largo de la década perdida.

El Gobierno debería emitir un decreto de necesidad y urgencia recomendando no engañarnos más a nosotros mismos. El ejemplo más reciente de esto lo ofreció nuestra embajadora en Londres, Alicia Castro, persona que he conocido y respeto, aclaro, cuando en el cementerio de Southampton homenajeó a Juan Manuel de Rosas, en el Día de la Soberanía Nacional. “Los principios de soberanía política e independencia económica que Rosas sostuvo inclaudicablemente son hoy compartidos por la mayoría de los argentinos… Su visión de federalismo y unidad fue indispensable para integrarnos con los países hermanos de América latina.” Hace pensar que la embajadora ha leído demasiado Pacho O’Donnell o acepta sin cuestionamiento la nueva historia oficial que cada tanto surge de la Presidencia.

Difícil es pensar que alguno pueda considerar que este tipo de discurso, lejos del terruño, impresione al enemigo de turno. Mejor sería recomendar a nuestros embajadores que impriman la cordialidad y sociabilidad argentinas que redundan en buenos y reales contactos.

Puede parecer apurado reclamar una intención de cambio y mejora en nuestras relaciones con el mundo cuando nos hemos deslizado cuesta abajo durante tanto tiempo, perdiendo aceptación y credibilidad que difícilmente volveremos a adquirir, habiendo dado portazos en vez de negociar con vehemencia y respaldo político y documental, evitando argumentos anticuados. Los errores vienen de lejos. En lo que va del siglo, la Cancillería del siempre amable Adalberto Rodríguez Giavarini, con Fernando de la Rúa, era débil; Carlos Ruckauf, en la presidencia de Eduardo Duhalde, manejó el Palacio como si fuera una unidad básica. Rafael Bielsa, quizá mejor poeta que diplomático, embarró la prosa en el desmanejo del caso Botnia con Uruguay y el respetable Jorge Taiana dejó la función empujado por caprichos centrales. Héctor Timerman tiene tiempo aún para reconstruir algo de nuestra imagen internacional. La pregunta es si hay voluntad y conciencia.
 

*Periodista.